México, D.F.-
Hablar de cirugía plástica no es algo simple, sobre todo porque mi experiencia alrededor de ese concepto es nula, es más, hasta hace unos cuantos días podría decir que incluso estaba contra ella. Sin embargo, siempre he pensado que no hay nada peor que opinar a partir de un prejuicio, pues en realidad éstos siempre ocultan algo mucho peor: los miedos.
Así, decidí que para poder abordar este tema, debía primero informarme y derribar esos miedos que, seguramente, vivían arraigados en mi cabeza sólo porque siempre tienen un cómplice: la más profunda y terrible ignorancia.
Pues sí, yo sabía tanto de cirugía plástica como de chino mandarín (o sea, ni idea). Así que, tras platicar con un muy buen amigo médico, descubrí no sólo que tenía muchos prejuicios, sino que en realidad es un tema apasionante del que yo temía preguntar.
En primer lugar, ahora sé existen por un lado la cosmetología y la dermatología; y por otro, la medicina estética y la cirugía plástica, que a su vez se divide en dos, la estética y la reconstructiva. También sé que tal vez un cirujano plástico podría decirme exactamente qué tipo de implantes necesitarían mis senos para lucir como si el tiempo y mis hijos no los hubieran tocado. También sé que un tratamiento adecuado puede reconstruirte, no sólo el rostro o el cuerpo, también la autoestima.
DE VUELTA
Resulta que mi amigo es originario de Guerrero, tiene 26 años y recién se graduó en medicina estética. Su primera paciente, hace tres años, fue la mujer más importante en su vida: su madre.
Cuando otras vecinas vieron cómo la piel de la señora había recuperado un color uniforme y lucía sin surcos delatores, por supuesto llovieron las preguntas.
El pueblo de mi amigo está en el corazón de Tierra Caliente, una de las zonas más marginadas del país; sin embargo, muchas de estas mujeres viven solas, pues sus esposos han tenido que emigrar hacia los Estados Unidos.
Ellas vieron en el joven médico un aliado que no sólo les devolvería la juventud, sino también la confianza en sí mismas y la alegría de mirarse al espejo.
Mi amigo me cuenta que en su tierra las mujeres son vanidosas. Se saben guapas, les gusta verse bien. No han pasado ni tres años y quien empezó tratando el problema de pigmentación facial de su madre, hoy atiende a más de 100 pacientes en la región.
Hablar con él, conocer estas historias, ha sido para mí una gran oportunidad para entender tres cosas: una, que a veces es mucho más caro estar gastando en cremas sin la asesoría adecuada; dos, que no tiene nada de malo invertir en vernos bien, y tres, que esto es aún más relevante si la principal motivación no es agradar a otros, sino sentirnos mucho mejor con nosotras mismas.
Es cierto, vivimos en una sociedad donde “como te ven, te tratan”, y aunque muchos trabajamos día a día en erradicar la discriminación, lo cierto es que tampoco es algo frívolo, ni egoísta, querer gustarse en el espejo.
Si hoy me cuestionan si me sometería a alguna intervención estética para verme mejor, ya no respondería como hace 20 años, cuando me negaba rotundamente a ello. Hoy creo que mi respuesta es: “el tiempo lo dirá”.
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