Vicente Fox y Felipe Calderón no se llevan bien. No se quieren. No se respetan. Y no se guardan lo que tienen que decirse a la hora de las entrevistas públicas. Por eso tienen marcadas diferencias respecto a las acciones del segundo, respecto al crimen organizado.
Presidentes de México emanados del PAN, el primero como aventurero de la política que encontró cobijo en las siglas blanquiazules sin ser militante por convicción, y el segundo hijo legítimo de la doctrina desde su origen paterno, se han visto muy mal a la hora de zanjas sus discrepancias.
Pero lo que más ha dado pie a Fox de distanciarse de Felipe Calderón es el hecho de haber comprometido éste al Ejército Mexicano en la lucha contra el narco. No es ese su papel y, además, lo ha expuesto a las críticas y denuncias por flagrantes violaciones a los derechos humanos.
Felipe, en cambio, sostiene que si no es por los militares leales, hubiera comprometido el futuro de nuestro país, ya que eran los únicos que podían hacer frente a los delincuentes de alta escuela que ya habían escalado las filas de los cuerpos policíacos y sobornado inclusive a sus jefes y, en algunos casos, hasta a gobernadores de Estados en toda la República.
Y aunque Calderón al final no quería utilizar la palabra guerra, varios analistas políticos están seguros que ésta es una guerra y, por tanto, los únicos preparados para la guerra son los militares, quienes cuentan además con el armamento apropiado.
Los policías, por su parte, además de corruptos y vendidos en buen número, no hubieran podido hacer frente al enemigo con sus pistolitas y sus viejos fusiles, de manera que el Ejército era el indicado, como ha quedado demostrado hasta la fecha.
Sí. Esos analistas políticos tienen argumentos a su favor. Pero Fox, igualmente, recurre a sus alegatos bien fundamentados y señala contundentemente los casos en que los militares han sido implicados en masacres inclusive.
Y en este sentido tiene razón. Hay muchas sospechas de abusos y detenciones o muertes sin justificación. Para no ir tan lejos, ahí está la última ejecución de 21 jóvenes en Tlatlaya, Estado de México, ya que a pesar de que la versión oficial habla de un feroz enfrentamiento entre el grupo de secuestradores y el Ejército, hay testimonios de que se trató de una masacre.
El 30 de junio, estos jóvenes, entre 15 y 24 años, al ser sorprendidos en una bodega, uno de ellos salió a enfrentar a los verdes, quienes lo mataron fácilmente, y al darse cuenta sus 21 compañeros, entre ellos una mujer de 15 años, dejaron su escondite, y ya afuera de él se rindieron y clamaron que no los fueran a ejecutar. Se mostraron arrepentidos y hasta hincados aceptaron que estaban mal pero que no les dispararan.
En efecto, no les dispararon. Los interrogaron. Les preguntaron su nombre. Su burlaron de ellos diciéndoles “¿No que muy machitos, hijos de su puta madre? ¿No que muy machitos?” Y finalmente los comenzaron a herir, a lastimar.
Cuando la testigo de los hechos clamaba a los militares que no los fueran a matar, éstos respondieron: “Esos perros no merecen vivir”. Y finalmente los colocaron en hilera para fusilarlos uno por uno. De hecho, Erika, la quinceañera, recibió el tiro de gracia, según un médico que vio el cadáver.
La descripción es espeluznante. Pero más espeluznante es que elementos castrenses hagan de las suyas aun cuando lo hagan contra secuestradores, asesinos, ladrones, narcos, etc. Y es ahí donde Vicente Fox pone el dedo en la llaga y le sigue recriminando a Calderón que haya involucrado al Ejército en la lucha contra los grupos delincuenciales.
Sólo que también no imaginamos qué México tendríamos ahora si los militares y los marinos no hubieran expuesto su vida en la confrontación tan desigual que sostenían las fuerzas del mal contra la sociedad en general y no solamente entre ellas mismas. No sabemos hasta dónde hubieran llegado las cosas.
Y como no había policías con la preparación de los militares ni militares que hubieran sido reclutados como policías para no manchar la imagen del Ejército, pues entonces no queda más que debatir si es tiempo ya de que los verdes y marinos vuelvan a sus cuarteles.
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