Ciudad del Vaticano.-
Paolo Gabriele, el exmayordomo de Benedicto XVI, se declaró hoy inocente del delito de “robo agravado”, en la segunda audiencia del juicio en su contra por la sustracción de miles de documentos confidenciales del Papa.
Durante su declaración ante los tres miembros del jurado que lo procesa en el aula central del edificio de los tribunales vaticanos, el imputado rechazó la acusación formal en su contra, aunque reconoció haber traicionado la confianza del pontífice.
“¿Cómo se declara con respecto a las acusaciones en su contra?”, le preguntó su abogada Cristiana Arru. “Con respecto a la acusación de hurto agravado me declaro inocente”, indicó Gabriele.
“Me siento culpable de haber traicionado la confianza que me concedió el Santo Padre, que siento amar como un hijo”. Al término de esa frase profirió un suspiro, como si hubiese querido decir otra cosa, como “padre”, un adjetivo más lógico a la frase.
El testimonio de Gabriele fue uno de los momentos más esperados del llamado “juicio del siglo”, que inició el sábado 29 de septiembre con el objetivo de echar luz sobre el “vatileaks”, el escándalo del robo y la difusión en la prensa de los informes reservados de Benedicto XVI.
El exmayordomo explicó que la recopilación de los documentos la inició en 2010 y los fue recogiendo progresivamente en el tiempo, tomándolos directamente de los escritorios de la secretaría personal del papa, encabezada por el sacerdote alemán George Gaenswein.
Precisó que, en un principio, no los fotocopió para publicarlos en la prensa, y el motivo principal que lo movió fue conocer en primera persona los problemas del gobierno central de la Iglesia católica de los cuales, a su decir, el pontífice no estaba informado.
“Lo que me escandalizó, sentándome a la mesa con el papa donde tenía la ocasión única de intercambiar alguna palabra, me formé la convicción que es fácil manipular a una persona que tiene poder de decisión. En ocasiones el papa hacía preguntas de cosas de las cuales debía estar informado”, indicó.
Según Gabriele, él sentía “desconcierto” con respecto al rumbo de la política vaticana, una “situación insoportable” que cubría un “amplio rayo” y que, como él, otros compartían su opinión en la Sede Apostólica, una imagen “bastante difundida”.
Por ello, sostuvo, su objetivo fue encontrar una persona de confianza con la cual desfogarse, y la persona elegida fue el periodista italiano Gianluigi Nuzzi, a quien le pasó los documentos que después dieron origen al libro “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI”.
“No recibí dinero a cambio de los documentos, también porque esta era la condición esencial para la relación de confianza con esa persona”, precisó Gabriele. Aclaró además que la publicación del libro nunca estuvo en sus planes y reconoció que el autor ganó mucho dinero con el texto.
Negó “en la manera más absoluta” haber dado información a otras personas, más allá del periodista, para que obtuviesen ganancia alguna y advirtió: “yo sólo tuve efectos destructivos”.
“Cuando la situación degeneró, entendí aún más fuertemente que debía entregarme a la justicia, no sabía cómo y el primer paso fue buscar un asistente espiritual para confesarme, a quien le entregué una segunda copia de los documentos en un momento sucesivo”, afirmó al referirse a su confesor sólo como el “padre Juan”.
“Hice una segunda copia para poder demostrar que estas copias yo las había realizado. Porque ciertamente no soy el único en haber dado noticias reservadas a la prensa en estos años”, apuntó.
Pese a rechazar haber contado con cómplices en el robo de documentos, ante las preguntas de los magistrados aceptó haber intercambiado opiniones con un tal “doctor Mauriello” y Luca Catano, de la Asociación vaticana San Pietro y San Paolo.
Asimismo reconoció haber mantenido conversaciones durante los últimos años con un obispo de nombre Cavina; con el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica de San Pedro; de Ingrid Stampa, antigua secretaria del papa; y de Paolo Sardi, antiguo escritor de los discursos de Joseph Ratzinger.
Aclaró que estas personas no lo sugestionaron y tampoco fueron sus cómplices, aunque mantuvo contactos constantes con ellos en los últimos años. “No tuve cómplices en el modo más absoluto”, apuntó.
Gran parte de su discurso se centró en minimizar su responsabilidad, asegurando que nunca tuvo “maldad” al tomar los documentos y fotocopiarlos, acción que cumplía durante los horarios de trabajos, incluso en la presencia de otras personas.
Aseguró no ser un charlatán o un hablador, como alguno de los testigos lo calificó en el curso de la investigación previa, aunque tenía contacto con muchas personas continuamente.
“Ningún otro ha estado involucrado en esto, ni mi familia ni otros”, estableció.
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