Cuernavaca, Mor.-
Un altar en memoria de los muertos por la guerra contra la delincuencia organizada fue el lugar que Josefina Vázquez Mota escogió para detenerse un momento y recordar a los caídos.
Terminaba su acto masivo en la plaza de Armas, cuando la candidata del Partido Acción Nacional (PAN) se detuvo frente a la ofrenda: decenas de fotografías y cruces de quienes no volvieron a ver sus familias, entre ellos Juan Francisco, hijo del poeta Javier Sicilia, en una especie de altar colocado frente al Palacio de Gobierno.
Los nombres de los muertos por el fuego cruzado se entrelazan aquí, donde la aspirante a Los Pinos se detuvo por unos segundos para guardar luto frente a las ofrendas. “Esto es Morelos”, le soltó una fotógrafa, quien de inmediato se introdujo en el inmueble para abandonar la plaza por la puerta trasera.
En el altar instalado hay historias locales, pero también otras emblemáticas como la de Marisela Escobedo, de Chihuahua, o Digna Ochoa, de Veracruz.
Vázquez Mota no alcanzó a ver la manifestación de apenas cinco disidentes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), quienes dijeron no estar en contra de la evaluación, sino de la corrupción.
A unos metros, en la histórica plaza, don Mauricio Velázquez, de 79 años, bailaba un danzón. Junto con otros adultos mayores, todos los jueves se reúne aquí para disfrutar, de cinco a ocho de la noche, del místico baile.
El acto masivo de “La Jefa no” trastocó el ritual, lo que provocó que lo mismo se escuchara la arenga de Josefina que los llamados de “un rico danzón dedicado para….”.
Fue más el interés de los danzoneros por seguir deleitándose en su tarea que atender la arenga partidista, comentó José Román, organizador de las tertulias.
Más adelante, el desinterés se confirma: en varias mesas, jóvenes y señores juegan ajedrez, más atentos a dar jaque mate que a las propuestas de la panista.
Ni la presencia del gobernador de Morelos, Marco Antonio Adame, arrebató la atención de quienes aquí viven.
Fueron dos mundos: uno, al centro de la plaza, el que impregnó todo de proselitismo, y otro, el absorto, a unos cuantos metros, envuelto al ritmo de la música de antaño, esa que se escuchaba cuando los padres decían a sus hijos que recurrieran a un policía cuando se perdieran.
Aquí, Vázquez Mota arengó por un México “diferente”, pero estos añosos caballeros y damas prefirieron seguir bailando.
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