México, D.F.-
Un paso cuántico me situó en una de las zonas más representativas del sexo a nivel mundial: El Barrio Rojo de Ámsterdam.
Caminar por sus calles de atmósfera roja, escuchar por todos lados diferentes idiomas, y ser vigilado a discreción por tipos fornidos que bien podrían ser miembros de la mafia rusa, me dio la impresión de estar en un lugar clandestino, prohibido y furtivo.
Rodeado de sex shops, museo eróticos, teatros porno, burdeles y clubes nocturnos, decido agarrar por la zona donde las chicas esperan a sus clientes postradas en unas vitrinas que, bañadas con luz de neón rojizo, da un efecto fluorescente a las de piel blanca, cenizo, a las de piel negra, y místico, a las de piel morena.
Sigo mi instinto a mi gusto por las trigueñas y me animo a hablarle a una que es originaria de Kosovo.
Ella es bajita, de volúmenes nobles y exquisitos, de dunas armoniosas en donde uno quisiera encajarse con toda la fuerza de un volcán.
Su nombre no importa porque aquí, como en Sullivan, se llaman como quieres y te dicen lo que quieres escuchar.
“Quiero una sesión de fotos”, le comento en inglés. “Es para un reportaje que quiero publicar en México”, abundo.
“No photo”, contesta con un acento extraño al tiempo que señala un cartoncillo dispuesto al pie de la vitrina que dice: “Turist, no photo plis”.
Después de insistir y con varios euros por delante accede con la condición de usar un antifaz.
Me introduce a un cuarto diminuto y salta a nuestro paso un lavabo en donde reposa un jabón sin usar olor a lavanda. Le sigue una cama individual con sábanas blancas que reflejan esta vez, luz violeta. A mi izquierda, un póster con chicas desnudas.
Ella se recuesta, se pone el antifaz y comienza a contonearse… inicia la sesión.
Ríe, juguetea, me toca la bragueta y vuelve a recostarse. Me enseña un costado, el otro y más allá.
Se para y se coloca delante de una cortina de terciopelo rojo. Sigue modelando, “es bellísima”, pienso. Se toca los senos, sonríe, me mira, mejor dicho, mira a la cámara y no ceso de tirar fotos. “¿Is that enough?”, pregunta, “no”, respondo y después de que estoy satisfecho con la sesión dejo la cámara sobre una mesita de madera… todo se siente, todo está dicho.
Ella se quita el antifaz y se acerca tocándome otra vez la bragueta, “¿you OK?”, pregunta, “claro”, respondo con titubeante español mientras me pierdo en su mirada de pestañas espesas, azules profundos y destellos mediterráneos. “¡No Photo, eh!” insiste sonriendo y, en el ambiente, comienza a fluir un ligero olor a lavanda.
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