Escondida entre la gran cantidad de información que recibimos los mexicanos a través de los anuncios en cualquiera de sus modalidades, la verdadera vida nacional, yace indefensa sin poder mostrarse tal como es. Veamos el porqué.
México padece una disfunción mediática masificada, donde lo cotidiano ha llegado a estar conformado por instantes consecutivos de atención en promocionales de toda naturaleza, incluso políticos, de tal manera que pasamos por alto nuestra cambiante y decadente circunstancia social, olvidándonos inclusive de evaluar su calidad.
Y poco debería importarnos tal fenómeno de distracción colectiva, si las estadísticas que periódicamente nos muestran los medios, mostraran que mientras nuestros cinco sentidos han estado secuestrados por la inmisericorde mercadotecnia, nuestra circunstancia socio-político-económica hubiera ido en ascenso progresista.
Lamentablemente no es así.
Las mediciones de los indicadores sociales, políticos y económicos que nos hacen llegar los medios de comunicación reprobando la actuación de nuestro país, no solamente son desalentadoras, sino que usualmente carecen, en su contenido, de un diagnóstico editorial o de investigación que señale al responsable.
La sequía por ejemplo, no se gestó en un día, sino que fue una acumulación de evidencias meteorológicas medibles que aunque resulte extraño ningún funcionario del equipo de Luege Tamargo avizoró y ahora, no hubo más remedio que “cantarla”, sin que ningún medio de comunicación haya criticado con indignación nacionalista el atroz olvido en que el campo mexicano con los Rarámuris a la cabeza, fueron enclaustrados por la Conagua.
Y hablo de los Rarámuris solamente porque son ellos, hasta el momento, la clase de mexicanos en los que estamos concentrando la atención; pero si revisamos la situación del campo de todo el país, encontraremos similares fenómenos de olvido e irresponsabilidad gubernamental que provocan náuseas.
Por el contrario, lo que vemos en las primeras planas es una relatoría cómplice donde el matiz de los adjetivos que utilizan los medios para calificar la hipócrita intención del gobierno federal por minimizar su atroz indiferencia quinquenal, es: apoyo, ayuda, generosidad, misericordia, bondad, desprendimiento, preocupación, alivio y en el más amplio descaro, asignación presupuestal anticipada.
Por otra parte pero en la misma perspectiva, ningún comunicador menciona a quien, de los funcionarios responsables del control de la situación en los precios, se le escapó prever y poner freno oportuno a la inflación que hoy, 10 de febrero de 2012, presenta un índice de 4.05 por ciento y que conlleva que el precio del jitomate se haya elevado en un 56 por ciento solamente en enero, amén de los incrementos en el maíz y el frijol.
Es decir, mientras la población estaba distraída con el tema de una delincuencia combatida erróneamente, los indicadores políticos, económicos y sociales se movieron de manera permanente y obviamente anárquica, sin que las estructuras gubernamentales responsables de su acotamiento o vigilancia, se inmutaran.
Mientras los mexicanos estábamos aletargados padeciendo atrofias de reacción social debido a la guerra que nadie pidió, se gestó el México que hoy está en posiciones vergonzosas en los tableros internacionales, y resulta que ahora, la lectura estadística de nuestra realidad, nos cae como baño de agua fría en el subconsciente.
Lo grave es que esas malas noticias que los medios de comunicación nos administran entreveradas con resultados de futbol soccer, nos llegan como si fueran una consecuencia lógica y de esta manera, paulatinamente, niños y adultos nos vamos enterando de que el país “anda mal” y lejos de reaccionar con indignación y coraje, le ponemos pausa a la emoción ciudadana del encabronamiento y así nos orillamos en masa al callejón de un conformismo que lejos de ayudarnos, nos lleva finalmente a la ironía picaresca.
Es decir, terminamos por burlamos de nosotros mismos, para aliviar nuestra frustración como país.
Así entonces, ese concepto de participación ciudadana, que desde los fines de siglo los mismos gobiernos empezaron a promover y que efectivamente abrió las puertas al corporativismo social para que se involucrara en decisiones que otrora eran reservadas para los rectores de las políticas públicas, tiene mucho que ver con este modesto análisis.
En mi experiencia, una vez que se ha dado un primer paso en la confección de la legislación y en consecuencia en la estructura gubernamental, al grado de abrir un cuadro en el organigrama para albergar esta innovadora modalidad de cohabitación pueblo-gobierno, es necesario penetrar aún más en la zona pobre, para que, como siguiente paso, se dé la conectividad suficiente y constante que requiere la nación, hasta crear una cadena de reacción inmediata, genuina y desinteresada, que focalice exclusivamente la conveniencia colectiva como finalidad.
Una conveniencia colectiva, hasta hoy al menos excluida de los indicadores estadísticos y más aún de los procederes unipersonales de los responsables de poner en acción las políticas públicas de cohesión social.
Es decir, no basta tener buenos propósitos y una visión de corporativizar la participación ciudadana, sino que es menester interpretarla, traducirla y valorarla hasta convertirla en acciones tangibles de conveniencia colectiva.
Porque de poco sirve propiciar la entrada de múltiples opiniones provenientes de las organizaciones ciudadanas, si no se aplica una metodología experimentada, ética y profesional, para procesarlas con integridad y transparencia hasta convertirlas en caldo de cultivo del proceder gubernamental.
Lamentablemente los vigilantes obligados del cumplimiento de que las propuestas, ideas y opiniones de la sociedad se lleven a cabo por los gobiernos, no han sido tomados en cuenta en las estructuras gubernamentales como funcionarios importantes.
Estamos ante un escenario donde la operatividad política rebasa a la planeación y al control de la gestión y el hecho de no mantener en la mano los resultados cotidianos del sentir de la ciudadanía, produce esa aberrante disociación que hoy existe entre lo que dijo Felipe Calderón como candidato y lo que hicieron sus equipos de trabajo, ya en el gobierno.
Y no hablo de leer y revisar la síntesis de prensa. Me refiero a que la consecuencia ulterior de no estar cerca de los verdaderamente jodidos, se traduce en ausencia de control del desempeño gubernamental.
Eso le pasó a Calderón. Por eso ahora, (aunque demasiado tarde) se bajó del pódium, se toma fotos junto a la gente y dice discursos parado a un lado de un rotoplas.
Por ejemplo, en su campaña, a nosotros los mexicanos Felipe Calderón nos dijo que iba a ser el Presidente del Empleo y nos dejó colgados. En su campaña, nunca nos dijo cómo iba a tratar de combatir los delitos contra la salud y menos que pretendía dejar las calles, carreteras y escuelas bañadas de sangre.
Y para comprobar que esta tesis tiene consistencia, basta subrayar que no nos dijo a finales de 2011 que ya sabía que había gente que se estaba muriendo de hambre y sed en la Sierra Tarahumara; y menos nos anunció que esperaría hasta enero de 2012 para detonar una emergencia nacional. Porque no quisiera pensar que sus operadores mediáticos hayan sido tan ruines de sugerirle callar, para mostrarnos el escenario de hambre y sed que estamos viviendo en todo el país, como parte de una macro estrategia electoral dosificada desde Los Pinos.
Meditar en esto y en las múltiples malas calificaciones que desde dentro y fuera se hacen para referirse al México de hoy, nos lleva a concluir que tanto los hombres como las mujeres que laboran en el gobierno federal, también fueron víctimas de los spots que elevan la imagen presidencial, porque no fueron enterados de que esa estrategia mediática era solamente para engañar a las masas.
Ellos también, creyendo que todo marcha bien, no se aplicaron con responsabilidad a cumplir su trabajo.
Si somos indulgentes, debemos abrir esa posibilidad.
Curioso e irrisorio resulta que inmediatamente después de que salen a la luz pública las notas o reportajes que por su propio peso hacen añicos la imagen nacional, el propio presidente de México se refiera al Super Bowl como un modelo ejemplar de aplicación de estrategias.
Quizás lo haya hecho para personalmente regresarnos al seno de la hipnosis mediática. Lo que prueba esto es que los ciudadanos no estamos conscientes de la realidad nacional y que a cinco años de iniciado el gobierno de Felipe Calderón, hay mexicanos que aún volteando a la calle y viendo, palpando y sufriendo la triste realidad, siguen sin darse cuenta que los spots del gobierno federal son totalmente diferentes a lo que tienen alrededor.
Basta ver el insultante torrente mediático con el que el PAN difunde día y noche las palabras de Josefina Vázquez Mota presumiendo que ella será la primera presidenta del país, para entender que la finalidad es desviar la atención de los mexicanos para que nadie tome papel y lápiz para calcular qué porcentaje representan doscientos mil votos en un padrón de 1.8 millones.
Y es que de un millón ochocientos mil panistas que tenían derecho a votar en la selección interna de candidato presidencial del PAN, apenas cuatrocientos mil votaron; y por la señora que eliminó la enseñanza de la ética, la lógica y la filosofía para los estudiantes de preparatoria cuando fue secretaria de Educación y como secretaria de Desarrollo Social recientemente, fue acusada de desviar 76 millones de pesos destinados a los más pobres de la sierra Tarahumara, votaron por ahí de doscientos mil, o sea el cero punto once por ciento.
La conclusión es que, si el desempleo, la mala calidad educativa, la sequía, la hambruna, la inflación, la inseguridad en las carreteras, la negligencia diplomática, la corrupción en Juegos y Sorteos y tantas infamias más se pueden ocultar con spots, la miseria porcentual de la victoria de Josefina Vázquez Mota, se da con mayor facilidad.
Para eso y para desprestigiar a todos los adversarios políticos del PAN, existe el ilusionismo panista.
Discussion about this post