México, D.F.-
Tres urnas funerarias de más de mil años de antigüedad, entre ellos la figurilla de un cánido y algunas conchas de mar quemadas, fueron descubiertas recientemente en Navolato, Sinaloa, hecho que revela por primera vez la presencia de la cultura prehispánica de aztatlán en esta región.
Especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), destacaron que el pasado 13 de enero la Junta de Agua Potable de Navolato realizaba trabajos de pavimentación y sustitución de drenaje en la calle Francisco Cañedo, cuando descubrieron los restos prehispánicos.
Las urnas —en forma de vasijas de 60 centímetros de diámetro y 70 de alto— datan del periodo (900-1200 d.C.) y según las características del entierro y la cerámica asociada, se define que pertenecen a la cultura aztatlán, quienes se asentaron en el Occidente de México, en los estados de Nayarit, Colima, Sinaloa y Jalisco, durante el periodo Epiclásico (850-1200 d.C.).
Los aztatlánes se caracterizaron por la elaboración de piezas de cerámica fina, de bordes rojos o naranjas con diseños de bandas negras alrededor de los cuerpos; el empleo de urnas funerarias acompañadas de ofrendas para rendir culto a los muertos así como en actividades como la caza, pesca y agricultura.
“Las vasijas encontradas —dos de ellas semicompletas y la restante muy fracturada— son de cerámica roja pulida muy fina, tiene líneas negras pintadas desde la boca hasta la mitad del cuerpo, propia de la cerámica ceremonial o ritual de la cultura aztatlán, lo que a su vez sugiere que los individuos depositados pudieron ser de alto rango social”, indicó María de los Ángeles Heredia, delegada del INAH en Sinaloa.
Los arqueólogos también localizaron fragmentos de cerámica tipo códice, distintiva de esa civilización, que se caracteriza por estar decorada con representaciones de personajes o seres fantásticos.
Explicaron que la colocación de los restos óseos dentro de las ollas de cerámica, corresponde a los entierros encontrados en los municipios de Mocorito, Guasave y Concordia, colindantes con los ríos Mocorito, Petatlán y Presidio, respectivamente, y que son asociados a la cultura aztatlán, quienes se caracterizaron por asentarse en lomas cercanas a afluentes, por lo que el hallazgo actual se ubica a 800 metros del río Culiacán.
También se encontró un malacate de cerámica naranja con esgrafiados en forma de estrellas y dos piezas con representaciones de cánidos: una pequeña cabeza y una figurilla completa de barro rojo, en la que se observa a un perro parado en sus cuatro patas y con ojos rasgados.
“El simbolismo de los cánidos dentro de las culturas mesoamericanas tiene relación con el culto a los muertos, lo cual no es excepción en la civilización aztatlán, pues era el animal guía que acompañaba a las difuntos en su recorrido hasta llegar a su destino final, el Mictlán”, explicó María de los Ángeles Heredia.
José Alberto Durán Iniestra, arqueólogo responsable de la excavación, indicó que las urnas estaban a una profundidad de entre 30 y 70 centímetros a partir del nivel de piso actual, con una distancia aproximada de un metro entre cada unas de ellas, y cubiertas con pedacería de cerámica utilizada a manera de relleno.
“Sólo en una de las vasijas había restos óseos depositados en su interior —abundó Durán Iniestra—, en los otros casos los huesos se encontraban dispersos fuera de las ollas; los restos humanos se hallaron fracturados y con una consistencia exageradamente dura (más de lo normal) y demasiado blancos, lo cual nos sugiere que posiblemente fueron hervidos, quizá como parte de un ritual que hasta ahora desconocemos”.
Por último, los investigadores mencionaron que se realizarán estudios antropológicos para determinar a qué número de individuos corresponden los huesos encontrados, detectar algunas enfermedades que hayan padecido, establecer posibles causas de muerte y las razones de consistencia y color que presentan, así como la edad, el sexo y posición en la que fueron colocados.
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