En nuestro México sólo los miopes en el gobierno no quieren ver la realidad que padecen los países en guerra: más de 40 mil víctimas de los bandos beligerantes, zonas militarizadas, gente inocente muerta, familias que han perdido su patrimonio, negocios cerrados y miles de desplazados huyendo de la violencia, refugiados en Estados Unidos.
Estos síntomas, que por coincidencia suceden en el segundo sexenio del PAN en el gobierno federal, son tan evidentes que los vecinos del norte inventaron que un grupo armado de narcotraficantes planeaba en México un atentado contra el embajador de Arabia Saudita en Washington.
Ganas de sobra tiene Estados Unidos de mandar tropas a México para combatir al crimen organizado, con la excusa -reiteradamente dicha por congresistas- de que el narcotráfico es una amenaza para su seguridad nacional, comparado con los extremistas islámicos que derribaron las Torres Gemelas.
Y cuando Felipe Calderón Hinojosa y sus compinches quieren echar un balde de agua fría a esas afirmaciones, sucede lo que ya es costumbre, pero que no había pasado antes en Monterrey: estalló un coche-bomba como en los peores tiempos de Bagdad, Beirut y Jerusalén.
Pasó en Ciudad Juárez , Chihuahua, el año pasado, cuando por primera vez en la historia del país detonó un artefacto de estas magnitudes a unos kilómetros de la frontera con Estados Unidos; meses después otro en Ciudad Victoria, Tamaulipas, y el jueves 20 de octubre en la ciudad símbolo del progreso de México, la Sultana del Norte, cada vez menos visitada por los gringos.
¿A dónde irá a parar toda esta situación?, es la pregunta que nos hacemos todos. Si se nos había olvidado rezar, nunca es tarde para volver a hacerlo.
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