Monterrey, Nuevo León.-
Rostros desconcertados, desencajados, aparecen entre quienes visten de amarillo, ya sea en la tribuna o en el campo. Cual cubetazo de agua helada, así cae la eliminación al América. Pero como aquí la tormenta hace acto de presencia, en esa sintonía es peor el desplome, que acaba también con la ilusión capitalina.
No hay modo de consolar a nadie. El llanto se confunde con el agua, presente en los húmedos rostros de sus jugadores. Por eso, El Tec —sí, concretamente el escenario norteño— ahora sí pesa. Tanto que los resbalones cuestan avances y sorprenden mal parado al América, incapaz de sortear su ronda “maldita”.
El baño cuesta tropezones y balones atorados en molestos charcos, cómplices del éxito casero. Por eso, en diez minutos de descontrol, el Monterrey toma ventaja y hace efectiva su condición de favorito. Sin gol (extinto desde el juego de cuartos de final en Pachuca), los visitantes olvidan que en patio ajeno forjaron su boleto a semifinales y el último enfriamiento a su apagada dinamita no saben si achacárselo a Jonathan Orozco, al opaco “Chucho” Benítez o a la lluvia sin fin que inesperadamente se suma a la fiesta futbolera.
La Pandilla avanza a su octava final de la historia, no sólo porque hace efectiva su mejor calidad futbolística, sino porque se adapta mejor a las condiciones del campo y sus jugadores se conectan en todo momento al encuentro, algo que tardan en recordar los emplumados.
Rayados toma ventaja en el cobro de un tiro de esquina por derecha, José María Basanta anticipa a primer poste y con un picotazo letal deja frío, sin movimiento, a Moisés Muñoz, quien desesperado reclama una falta que no existe.
La reacción es rápida. Dos minutos después, Christian Benítez tiene la posibilidad de corregir la tormentosa liguilla que ha tenido. Pero el ecuatoriano descarga el zurdazo contra las redes, pero por fuera. La inmejorable opción no se vuelve a repetir.
Porque los norteños se adecuan a las condiciones del encharcado césped e imponen y hasta intimidan con oportunas y riñonudas barridas.
La pasión también se hace presente, tras una falta de Jesús Molina que provoca una cámara húngara. El problema es que los de amarillo parecen aturdidos y el 1-0 en contra, al término del primer tiempo, se incrementa gracias a un atajadón de Moisés Muñoz a tiro del Chupete Suazo.
Para el complemento cesa un poco la lluvia, pero no la presión que ejercen los anfitriones, decididos a presionar la salida y apagar cualquier intento de rebelión. Así, pronto logran su cometido. Lejos de tolerar algún gol, los regios enciman e incrementan, al 53′, otra vez vía un certero cabezazo, para liquidar a su oponente con un sólido picotazo de Aldo de Nigris. Es el 2-0 en el partido y en el global.
El festejo incluye patinada hacia la banda. Y cómo no, si esta vez hasta los elementos sirvieron de aliados a la causa norteña.
El resto del encuentro es manejado con puntería por el equipo de casa, el mismo que desde ya se frota las manos en espera de una final contra Tigres, para culminar el sueño de toda una ciudad, que vive, transpira y añora un inolvidable clásico del norte.
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