Al final, la neblina hizo parecer la noche inaugural de los Juegos Olímpicos como un sueño. Un sueño del que no se despertará hasta dentro de dos semanas, un sueño que paralizó este viernes un pedazo de China en tierra y aire.
Una ciudad desierta en las inmediaciones del Parque Olímpico, por donde era imposible caminar. Sin ningún avión que se avistara en el horizonte. Todos los vuelos comerciales suspendidos, todo en pos de la seguridad de las 204 delegaciones que desfilaron por la pista de un “Nido de Pájaro” que explotó una y otra vez al ritmo de los mil tambores con que arrancó la ceremonia de cuatro horas de duración.
Un despliegue tecnológico titánico a la hora de programar cada luz, cada persona, cada explosión. Todo estaba computarizado sin cabida para la falla. No podía ser de otra manera si desde cinco kilómetros a la redonda el estadio estaba blindado. Un desierto con su oasis vestido de “Nido de Pájaro” con 91 mil delirantes gargantas que padecieron uno y 10 retenes para llegar a su asiento, todos con el boleto como tesoro en mano. Requisito indispensable para entrar, salir, ir al baño.
Por eso las colas desde dos horas antes del espectáculo, para ser parte del entretejido metálico del nido.
Todo valía la pena. Todo por escuchar cómo esos mil tambores aceleraban el ritmo de los corazones, cómo los cantos ilusionaban las pupilas con la promesa de paz de cada una de las palomas proyectadas en un techo que hacía de gigantesca pantalla.
Valía la emoción, la larga espera para agitar la bandera de Grecia, Finlandia, Suecia, Trinidad, México o China. Para ser parte de la escenografía ante la oscuridad provocada en el “Nido” y tener en la mano un celular para volverse estrella o centella con el flash de la cámara que guardará el recuerdo final.
Fue la inauguración de lo imposible. De la esfera que nació de las entrañas de la cancha, de la niña que voló junto a su papalote, del gimnasta que voló hacia la antorcha, de la antorcha que encendió más que el pebetero imposible, sino los sueños de un país que quiere el pedestal del medallero y que ha hecho todo para lograrlo.
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