Monterrey, N.L. / Noviembre 18.-
Con 101 años de vida, doña Juanita Torres añora aquella época de principios del siglo XX, en la que a pesar de carencias y una vida más sencilla, “no faltaba qué comer” y se era feliz en los días de fiesta y baile, al son de simples violines y guitarras.
A 100 años de la Revolución Mexicana, esta mujer tamaulipeca, avecindada en Nuevo León desde hace 40 años, recuerda esos tiempos en los que también en un México convulso, lo mismo apoyaban a los llamados “pelones”, tropas militares o federales, como a rebeldes; a nadie se le negaba el pan o el agua.
“Llegaban a pedir azúcar, hacían una caramañola -recipiente de metal cubierto de cuero- llena de agua y la azucaraban para caminar” grandes distancias, en esos años de revuelta.
“Les hacíamos de comer, a dos o tres en las casas, yo les daba de comer a dos federales, mi mamá les hacía de comer”, refiere.
Originaria del rancho San Rafael, municipio de Villa de Casas, Tamaulipas, hija de un campesino dedicado a la siembra de frijol y maíz, cuenta cómo desde su infancia se enseñó a moler “el nixtamal ajeno, a puro metate, y echar tortillas de maíz; nos pagaban por echarlas”.
“Poníamos el nixtamal, el maíz, le echábamos cal al nixtamal, otro día la lavábamos, lo molíamos en el metate y luego ya remolía uno la masa y le sacaba uno el testal y lo torteaba, echábamos la tortilla en el comal”, menciona todavía con lucidez.
La comida en la casa no faltaba todo el año, el maíz se “enchapilaba” (almacenaba), mientras que el frijol se guardaba en costales y si se acababa la manteca almacenada en latas metálicas, “matábamos un marrano”, comenta.
“La carne la picábamos, le echábamos chile de color, la freíamos, la echábamos en un traste y la alzábamos, así duraba y no se echaba a perder, al menos en unos ocho días”, menciona.
“Nunca nos faltó qué comer, yo tenía muchas gallinas, nunca nos faltó que comer, gracias a Dios, comíamos blanquillos -huevos-, frijoles, en tiempos de chochas -flor de palma-, guisaba chochas yo, nopales y calabazas tiernas”, subraya.
La leche tampoco faltaba, “teníamos vaquitas, ordeñábamos vaquitas mías” y con un suspiro no desmiente al cuestionarle si antes se comía mejor: “¡Como no!, más antes me iba a los nopales, había chochas, pero no -comíamos- mucho, nos fastidiaba y le cambiábamos, sino puro blanquillo con chile, frijolitos”.
Y para remarcar lo antes dicho, sostiene que se come mejor en el rancho que en la ciudad, “porque no le cuesta a uno tanto”, dice esta centenaria mujer madre de ocho hijos que la han dado más de 30 nietos y una cantidad que ya ni recuerda de bisnietos y tataranietos.
“El agua la sacábamos de la noria, no había llave, la acarreábamos en un lata en la cabeza para llevarla hasta la casa, lavábamos en una batea de madera”, explica.
En los ratos libres y cuando se podía, expresa con añoranza, “me gustaba ir de paseo y andar en el baile, cuando había baile, era violín y guitarra, tocaban polkas”, cuando todavía ni Los Montañeses del Álamo, precursores de las agrupaciones musicales del folklore norestense, aparecían en escena.
“Cuando había ahí en el rancho, pues ahí cerquita con los vecinos, había un vecino que le gustaba mucho hacer baile, cuando íbamos lejos, pues lejos y a pie”, dice Doña Juanita, quien desde 1970 radica con su hija Andrea en San Nicolás de los Garza, tras una estancia previa de 16 años en Ciudad Victoria.
Fueron tiempos difíciles también, en una zona rural recóndita, unos 60 kilómetros al oriente de Ciudad Victoria, hasta donde “a caballo o en burro” se trasladaba a los enfermos, para que fueran atendidos por algún médico, aunque décadas después las cosas cambiaron, pues “ya entraban los carritos”.
Las mujeres “se aliviaban en un traste”, apoyadas por una partera, a la cual iban a traer a una comunidad vecina llamada “El Verde”.
El matrimonio de esta mujer tamaulipeca es otra historia, su marido y entonces novio a los 18 años se fue de bracero a Estados Unidos, allá por los años treinta, y regresó ocho años después para casarse “como Dios manda”, y le trajo no sólo uno, sino tres vestidos y los anillos, para llevar a cabo la boda cuando tenía 22 años.
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