México, D.F. / Noviembre 12.-
“Surrealista”, “impresionante”, “raro”, “grandioso”, “extraño”, “chingonsísimo”, “sublime” y “maravilloso”, son sólo algunos adjetivos con los que la gente describió el espectáculo “Yo, México” en su primera función en el zócalo capitalino para celebrar el Centenario de la Revolución Mexicana.
Tal fue su magnitud que otros no supieron calificar la narración visual, oral, danzante y alucinante que durante una hora y media mantuvo literalmente con la boca abierta a miles de mexicanos y hasta arrancó las lágrimas de uno que otro.
Con el riesgo de equivocarse, para muchos gustos podría decirse que el show abrazado de tecnología de punta por el que la Secretaría de Educación pagó 270 millones de pesos, supera al que se presentó el 16 de septiembre pasado en el mismo escenario y que se estima verán un millón de personas a partir de ayer y hasta el 23 de noviembre.
A diferencia del tumulto que se presentó en el espectáculo del año pasado, ayer, el Zócalo capitalino se quedó a un 70% de su capacidad, y con un operativo policiaco poco estricto, lo que permitió observar con cierta comodidad el show.
La historia en luz y sonido
“Sonriente y limpia brotó el agua…” dice una voz femenina que comienza a contar los orígenes del México Tenochtitlan. “El agua pide espacio agricultor” sigue, mientras en las fachadas de la Catedral Metropolitana, Palacio Nacional, el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, la sede del gobierno capitalino, crecen arbustos de luz.
La piel se eriza, es el inicio de una experiencia sensorial en el corazón del México del 2010.
Caracoles humanos aparecen al centro, mientras en el cielo se proyectan rayos que asemejan una jaula de luz.
Afuera pasan sombras de los voladores de Papantla.
En la Catedral se refleja una mazorca mientras se escucha la historia del maíz y se enlistan los nombres de los dioses aztecas: la muerte, la tierra, el agua. Es el México prehispánico.
Las pirámides se proyectan gigantes en las paredes del zócalo y de pronto, del centro de la plaza se lanzan llamaradas que despiertan los primeros “¡ooohhhh!” y “woooow” de los espectadores. El calor del fuego se siente en las cabezas y en el estómago de los emocionados.
La conquista
Nubes azules se proyectan y lento avanzan los barcos españoles. “Malitzin, Marina, Malinalli”, regresa la voz de mujer que confiesa: “Yo no vendí a mi raza, fui vendida por mi raza”.
Los estandartes conquistadores, hombres mitad humanos mitad caballos, escudos y armaduras caminan lento mientras alrededor se observan el Popocatépetl y el Iztaccihuatl. Un altar enorme de la Virgen de Guadalupe es elevado y se anuncia “el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. Otra vez la piel se enchina. Inevitable.
Los Méxicos
En el escenario central retumban las campanas de la Independencia. “Viva América, libertad” y se ve el rostro de Miguel Hidalgo, el “padre de la Patria”. Abajo, el ejército insurgente levanta el estandarte de la virgen morena.
La Catedral se viste de colores al ritmo de mariachi y da paso a los: “México”, “Meshico”, “Mexhico” y “Méjico” proyectados en blanco y negro en letras imponentes.
“Extra, extra, se firma la paz con Francia”, “Estados Unidos le declara la guerra a México”, “extra, Santa Anna es derrotado”, “asalto al castillo de Chapultepec”, “extra, se pierde la mitad del territorio”, anuncian los voceadores con el tono cantadito, que dicen, caracteriza a los mexicanos.
Así, el show se vale de las páginas de la prensa para resumir en unos cuantos gritos los logros de las Leyes de Reforma, el primer gran terremoto en la capital, la batalla de Puebla, las llegada de las tropas de Napoleón III, el imperio de Maximiliano y la separación entre la iglesia y el estado que remata con el lema del presidente Benito Juárez: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Un espectador comenta: “se aventaron todo el siglo XIX en un ratito”.
Progreso y Revolución
Más de 40 minutos han pasado. Nadie siente el frío ni el cansancio por estar de pie. Lo que se ve adormece esos males y despierta la admiración.
Tranvía, comunicaciones, capital extranjero, comercio, universidad, banco, industria, telégrafo y Palacio de Bellas Artes se leen y destacan la época de Porfirio Díaz al frente del país. Aquellos logros se sellan en la fachada del Palacio Nacional donde -casualidad o ironía- se lee en grande: “Progreso”.
De vuelta la voz femenina recuerda a los peones explotados, al movimiento campesino en lucha por la tierra, el Partido Liberal, a los hermanos Flores Magón, los obreros, los mineros de Cananea y Río Blanco “reprimidos por las balas” y el Plan de San Luis firmado por Francisco I. Madero y su “sufragio efectivo, no reelección” .
Su figura, así como la de Villa y Zapata con su “tierra y libertad” resultan casi invisibles, aún cuando este espectáculo se genera por los 100 años de la lucha revolucionaria.
“Esas Adelitas están muy guapas”, dice otro espectador cuando salen las jóvenes con sombrero, falda larga, escopeta y canana y bailan “y si Adelita se fuera con otro…”, música que suena y arranca “ajuaasss!” del público.
La épocas de oro… y sangre
Por si el ánimo no estuviera tan caluroso, otras llamaradas y cohetes tricolores dan paso al rostro de Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz y Dolores del Río en sus mejores actuaciones frente a la pantalla grande en las cintas en blanco y negro.
De los lados del escenario salen chicas con minivestidos y pelucas a go-go que, inevitablemente, distraen la vista de muchos de aquello que sucede en las pantallas y en el recuerdo colectivo: las balas que arrebataron la vida a miles de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Episodio que, dicen algunos en voz bajita, no puede faltar.
Mientras ellas y ellos siguen bailando, en las pantallas se mezclan imágenes de los jóvenes corriendo por su vida mientras se sueltan los globos en el estadio de Ciudad Universitaria por los Juegos Olímpicos y el logotipo rayado se proyecta coloso en las paredes del edificio del gobierno capitalino. Ese momento de rabia en la historia se torna doloroso.
Silencio. La Catedral se comienza a derrumbar. Los edificios de alrededor se cuartean, caen las piedras. “Es el temblor de 1985”, dice una madre de cabello blanco.
Blanca también es la ropa que visten los jóvenes que hacen una cadena humana, simulan el paso de mano en mano de los escombros con la esperanza de encontrar a alguien vivo. “Es la respuesta ciudadana. Medio México acudió a ayudar al otro México… es el surgimiento de la ciudadanía”, dice la narradora. El ambiente es tal que más de uno no logra evitar las lágrimas, es uno de los momentos más dramáticos del espectáculo.
Apenas se empieza a recuperar el aliento. “Se rompe la secuencia” dice un espectador. Y sí, porque comienza un rap: “mexicanos escúchenlo bien… un pueblo igualitario, no totalitario… tenemos una patria, échenle ganas, pero un chingo de ganas… la revolución no es el nombre de una calle, es saber lo que haces…”
Apenas se comienza a entender el cambio cuando viene el “Yo te aseguro que yo no fui”, en la voz de Pedro Infante, en versión moderna y en karaoke. Entonces, el zócalo se convierte en un gran “antro” con luces blancas que parpadean mientras en los edificios bailan calaveras y esqueletos y en el centro desfilan catrinas coquetas.
Estado crítico
El tercer aliento de fuego anuncia el epílogo. La voz bautiza al “zócalo nacional bicentenario” y sentencia: “mexicanos, nos une el estado crítico por el que atravesamos todos porque no hay más salida que trabajar, necesitamos igualdad, democracia, justicia, seguridad, educación. Todo para todos y cada uno”.
El lamento sube de tono: “México joven, México recio, audaz y alegre, creativo y emprendedor… salva la brecha… la guerra de la paz. Tenemos una patria que reconstruir aquí y ahora… exige respeto a tus derechos y respeta los ajenos…”
El clímax llega con el Son de la Negra, los bailes y trajes típicos, los cohetones que iluminan el cielo, los tronidos que se sienten en los huesos, mientras el águila que ondea en la bandera verde blanco y rojo anuncia que, por ahora, termina la función revolucionaria de esta noche.
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