México, D.F. / Abril 27.-
Los grandes luchadores están hechos para las grandes arenas, y Atlantis nació con la estrella para ser figura en el máximo coso luchístico. La arena México lo acogió y mañana miércoles en el aniversario 55 de la catedral del pancracio, le rinde tributo recordando las grandes batallas en las que conquistó máscaras con mucha historia.
“Ha sido un honor y orgullo pertenecer a la arena México, un privilegio haber construido mi carrera en este lugar, es un templo de la lucha libre en México, todo mundo se arrodilla y se quita el sombrero al hablar de esta arena”, dice.
El ídolo de los niños no se anda con rodeos, sabe que es un estandarte en la empresa, icono y símbolo de grandes combates en este cuadrilátero: “La arena México es una imagen de la lucha libre, quien lucha en esta arena adquiere un respeto especial. Es una cosa mágica, en ninguna arena me sucede, cuando entro aquí me transformo en Atlantis y me olvido de todo lo demás”.
Su debut no fue en la México, lo hizo una semana antes en la Pista Revolución, pero el siguiente domingo, el 19 de junio, se le abrió para siempre el camino rumbo al estrellato: “Hice equipo con Kato Kung Lee y Kung Fu para enfrentar a los Infernales. La realidad es que todo luchador que se convierte en profesional anhela debutar en la arena México, ser campeón aquí y viajar a Japón, he cumplido con las tres cosas”.
Atlantis se echó un mortal al baúl de los recuerdos y sacó su primera capucha para recordar el pasado, hoy como rudo afirma que en el fondo nada ha cambiado: “La presión y los nervios son igual, si no subes así no sientes la lucha libre y el valor que significa la arena México”.
La arena México ha sido testigo de la caída de grandes máscaras en la historia de la lucha libre; Ángel Blanco, Cien Caras, El Faraón, Sangre Chicana, El Cobarde, Shocker, Aníbal y Black Warrior, descubrieron su identidad en el coso de la colonia Doctores.
Sin duda, Atlantis ha sido el más grande desenmascarador en la México, nadie ha conquistado tapas con tanta historia: “Estas máscaras son como la primer novia, nunca las olvidas. La primera fue en 1986 contra El Talismán, fue mi prueba de fuego, él me lastimó bastante, era un novato y hasta me hacía llorar, ese triunfo lo sigo gozando, la primera y la última son las que más recuerdo”.
Le siguieron las capuchas de Hombre Bala y Tierra, Viento y Fuego, antes de ganar la fantástica de Kung Fu, “esa tiene un valor especial, porque era el luchador con el que debuté en la arena México, fue el primero de los independientes que me retó”.
Las pruebas crecían en dificultad, Mano Negra se convirtió en un serio peligro a su incógnita: “Cuando jugaba a las luchitas me ponía la máscara de Mano Negra y años después lo destapé, era otro gran independiente y fue un momento clave en mi carrera”.
Pero la consagración llegó el 17 de marzo del año 2000, el rival fue el Villano III, una de las luchas más recordadas en la historia de la arena México, “llena de dramatismo, fue la lucha que más me ha inquietado, es el triunfo más grande en mi carrera”.
Desde entonces guarda un cariño especial a sus trofeos: “Cada seis meses platico con ellas, recuerdo cómo las gané, las lavo, cierro los ojos y me trasladó en el tiempo al momento de la lucha en el cuadrilátero, escucho al público, al réferi, los gritos, es algo indescriptible”.
Para la arena México sólo tiene palabras de agradecimiento, “por recibirme como novato y apoyarme para ganar estas máscaras, ella sabía que aquí iba a triunfar y ha sido mi mejor aliado en la carrera. Por eso le he guardado fidelidad y le deseo muchos años más de grandes batallas y gloria para los luchadores”.
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