Ciudad del Vaticano / Abril 27.-
Mexicanos que trabajan en oficinas del Vaticano recordaron el amor de Juan Pablo II por México y relataron experiencias personales que vivieron junto al “Papa peregrino” en algunas de sus visitas a ese país.
Leticia Soberón y Miguel Angel Reyes Arreguín trabajan en los pontificios Consejos de las Comunicaciones Sociales y de la Cultura respectivamente, pero en tiempos de Karol Wojtyla compartieron la alegría de los católicos por recibir al pontífice en México.
En entrevistas por separado con Notimex evocaron algunos de sus recuerdos, a unos días de la beatificación programada para el próximo 1 de mayo en la Plaza de San Pedro.
“En 1979, en el primer viaje del Papa a México yo era estudiante, dormí como tantos miles de personas afuera de la Basílica de Guadalupe para escucharlo cuando llegara”, contó Soberón.
“Físicamente lo veíamos pequeñito porque estábamos lejos, pero logró encender nuestros corazones, nos ganó de inmediato intentando hablar en español y responder a nuestro entusiasmo. Desde entonces le agarramos un cariño enorme que creció con el tiempo”, agregó.
Explicó que muchos años después, ya prestando servicio en la sede apostólica, en una ocasión lo saludó personalmente y, como no podía caminar, se arrodilló ante él como todos y le respondió con una caricia en la cara “de una ternura incomparable y espontánea”.
Calificó a ese momento como “entrañable” y subrayó que su modo de tratar a las personas, en concreto a las mujeres, las dignificaba, las hacía sentirte queridas y respetadas.
Por su parte, Reyes Arreguín rememoró la primera visita de Juan Pablo II a Guadalajara en 1979, cuando lo vio por 10 segundos antes de su llegada al seminario de Guadalajara, en el estado mexicano de Jalisco.
“Estuvimos cuatro o cinco horas esperando porque llegó tarde, sin embargo, verlo pasar, que fue al seminario de Guadalajara, es mi primer recuerdo. Las siguientes visitas, ya estando en el seminario, me acuerdo que incluso llegó a cantar con los seminaristas”, dijo.
Para Soberón, la llegada de Juan Pablo II a los altares no es más que la confirmación, de manera oficial, de una certeza de millones de personas: que era un hombre lleno de Dios.
“Su cercanía y amor a México fue creciendo con los años, eso nos hizo mucho bien, nos hizo entrever no sólo lo bueno que ya teníamos como país, sino el gran horizonte que nos planteaba como misión humana y cristiana a futuro. Es un compromiso seguir el camino que nos señaló”, apuntó.
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