Ciudad del Vaticano / Abril 27.-
El Papa Juan Pablo II amaba a los niños, les tenía un afecto particular y por ello hay muchas imágenes que demuestran como reía, bromeaba y besaba a los más pequeños, dijo uno de los monaguillos del pontífice, Luigi Portarulo.
En entrevista con Notimex, el seminarista de 23 años y originario de la sureña región italiana de Basilicata, recordó los siete años en los cuales sirvió como “ministrante” a Karol Wojtyla en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
“Tenía apenas 12 años cumplidos en 1999, me gustaba mucho hacer de monaguillo en mi parroquia. Leí en una revista un anuncio que pedía algunos monaguillos para El Vaticano con motivo del jubileo del año 2000”, relató.
“Entonces le dije a mi mamá que quería ser monaguillo también en Roma y con el Papa, porque era mi pasión. Entonces vine aquí a ver el ambiente, fui llamado y en septiembre me trasladé definitivamente”, agregó.
El entró a formar parte de la escuela de los monaguillos de la sede apostólica, donde permaneció de 1999 hasta el 2008, cuando decidió pasar al Seminario Francés para iniciar la carrera sacerdotal.
Su familia lo apoyó pese a la distancia porque durante el año escolar El Vaticano se encargó de su educación y del hospedaje. “Mi mamá estaba contenta aunque la nostalgia en los primeros años se sentía y no faltaba nunca”, confesó.
Todos los días servía en las misas que, a primeras horas de la mañana, sacerdotes de diversas partes del mundo celebraban en las capillas cercanas a la tumba de San Pedro.
En numerosas ocasiones le tocó ayudar al propio Juan Pablo II en sus misas dominicales, comulgar con él o encontrarlo en las audiencias privadas, cuando con sus compañeros lo saludaban y él les respondía con una caricia paternal.
“Me impactaron muchas cosas de él, la sencillez sobre todo, lo vi también en el desarrollo de su enfermedad porque de 1999 a 2005 fue ese avance casi continuo en su enfermedad, poco a poco empezó a sentarse en la silla de ruedas, a no hablar más”, señaló.
Recordó que de los muchos encuentros con Karol Wojtyla el que más le marcó fue el último, que tuvo lugar en febrero de 2005, algunos meses antes de su muerte. En esa ocasión, aunque lo vio fue la única vez que no lo pudo escuchar, porque ya no hablaba.
“Me impactó su mirada, por un instante, no más de cuatro o cinco segundos, pero que para mí fueron una eternidad, en ese momento me miró con esos ojos vivos y profundos, me manifestó en ese momento el amor de Cristo”, explicó.
“Él amaba a todos, tenía un particular afecto por los niños, la sencillez de los niños para él era muy bella y podemos ver muchas imágenes en las cuales él bromeaba con los niños, los acariciaba justamente porque los quería mucho”, aseveró.
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