WASHINGTON, E.U.- El vuelo literario y un amor casi 30 años menor encontraron al premio Nobel José Saramago en plena madurez, pero su vigor desafiaba la edad y las convenciones, cuenta su viuda Pilar del Río en entrevista con la AFP.
“Ni él consideraba que había empezado muy tarde a escribir ni nunca jamás fuimos conscientes de que había diferencias de edad entre nosotros”, dice del Río, periodista oriunda de la ciudad española de Sevilla.
Desde el complejo cultural Kennedy Center en Washington, donde este sábado se le rinde un homenaje al autor portugués a casi cinco años de su muerte, del Río recuerda al Nobel de Literatura de 1998 como un hombre que “no tenía tiempo”.
“Era una persona tan singular, tan ajena a las convenciones, tan ajena al paso del tiempo, que parecía normal que tuviera 65 (años) y estuviera escribiendo”, afirma.
A los 65 años, Saramago tenía en el haber sus primeras novelas: “Alzado del suelo”, “Memorial del Convento” y “El Año de la Muerte de Ricardo Reis”. Pero aún estaba a años de otras obras universales como “Ensayo sobre la Ceguera” o “La Caverna”.
“Ricardo Reis” fue también el germen de la relación entre el escritor y la periodista, que luego se convertiría en la traductora al español de sus obras.
Del Río, una fina mujer de rasgos elegantes, era una entusiasta lectora de Saramago cuando viajó en los años ochenta a Lisboa para hacer el recorrido de Reis por las calles de la capital portuguesa. “Ahí nos conocimos y leímos unos poemas del (escritor portugués Fernando) Pessoa, punto”, zanja como para no invitar malinterpretaciones.
“Lo que pasa es que cada uno nos quedamos con los teléfonos del otro”, agrega con picardía.
TENÍA 63 AÑOS
Dos años después, en 1988, se casaron y, aunque vivieron inicialmente en Lisboa, a los pocos años se trasladaron definitivamente a la isla española de Lanzarote. Para Saramago “parecía absolutamente normal tener 70 años y mudar de país, mudar de idioma, era una lógica distinta, era la lógica de la creación”, dice del Río.
Hasta el final, la relación entre ambos abarcaba todo, señala. “Eramos colegas, éramos compañeros, nos entendíamos y nos entendemos”.
“Hasta el último tiempo que estuvo enfermo, y aun así, él estaba escribiendo con un vigor narrativo, una fortaleza, una ferocidad y un sentido del humor que ya quisieran escritores jóvenes”, afirma.
Como en “Alabardas”, que dejó inconclusa, donde aborda el oscuro mercado de las armas de una manera “tan salvaje y tan sarcástica y se estaba muriendo”, dice su viuda.
Hoy, nacionalizada portuguesa y a cargo de la Fundación José Saramago, Pilar del Río se dice la “mediadora” entre el legado de Saramago y las nuevas generaciones, pero reconoce que “es un privilegio que aplasta”.
Saramago “es bueno para nuestro tiempo, para los seres humanos que somos y tengo que procurar que sea vivificador, que esté en todas partes y eso es siempre una gran responsabilidad y a veces se siente miedo y soledad”, señala.
Se alegra al ver las tapas de los libros del autor en el transporte público o algún artículo de prensa que lo nombra. Saramago ha pasado a ser un “habitual” para la gente, dice. “Eso me fascina porque significa que Saramago está ahí, que volvemos la esquina y podemos decir ‘hola'”.
Desde una ventana en la sede de la Fundación en Lisboa, del Río todos los días mira el olivo donde reposan las cenizas del autor, fallecido el 18 de junio de 2010 a los 87 años.
Cuando se le pregunta sobre el furibundo pesimismo atribuido a Saramago, del Río contraataca. “Era de una naturalidad, de una bonhomía, de un sentido del humor, lo que pasa es que el decía, ‘que yo sea un hombre feliz no significa que el mundo vaya bien'”.
Y sobre el comunismo impenitente del escritor sentencia: “Saramago fue un disidente siempre (…) Era un humanista y no aceptaba los dogmas”.
Los homenajes seguirán en junio con varios encuentros, el último de ellos en Ciudad de México, donde escritores e intelectuales elaborarán una “carta de los deberes humanos”, que sigue a la preocupación de Saramago por crear ciudadanos responsables.
Del Río no huye al detalle que este año cumple 65 años, dos más de los que tenía Saramago aquella tarde poemas. ¿Qué hará a partir de ahora?
“No someterse a los dictados de la convención, (mientras) la capacidad y la fuerza puedan, allí estaré, eso es lo que aprendí de él”, apunta. “Tengo una lección aprendida de no claudicar”.
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