No hace mucho, el precandidato demócrata a la Presidencia de EU, Barack Obama, prometía en una carta abierta “renovar la alianza estratégica con México”, para rescatarla del desinterés y del olvido ocasionado por la guerra en Irak.
Su declaración de intenciones, en el marco de la reñida contienda que le enfrentó con Hillary Clinton, pasaba por una oferta de encuentros anuales con el presidente de México y la búsqueda de contactos y consensos con ciudadanos de a pie, organizaciones sindicales, representantes del sector privado y organizaciones no gubernamentales para elaborar una “agenda para el progreso” entre dos vecinos condenados a entenderse.
Aquella promesa de Obama, publicada en febrero pasado en una carta abierta en el diario The Dallas Morning News, vuelve a resurgir en el borrador de la plataforma demócrata que será debatida en la convención de Denver, Colorado, para tratar de recuperar una agenda binacional con México que pasaría por “la lucha contra los cárteles de la droga, la pobreza, la inequidad y la inmigración indocumentada”. Además del espinoso asunto de enmendar algunos capítulos “colaterales”, como los estándares laborales o medioambientales, del Tratado de Libre Comercio.
A pesar de que las relaciones bilaterales entre ambos países se encuentran actualmente entrampadas por urgencias coyunturales —la propia dinámica de la campaña por la presidencia en Estados Unidos y la violencia del narcotráfico en México—, desde la campaña de Obama no se pierde el horizonte de largo plazo en las relaciones con su vecino estratégico en su frontera sur.
“En el largo plazo tendremos que volver a una concepción mucho más integral, que tiene que ver con una multiplicidad de temas donde el asunto más importante de todos es seguir trabajando hacia ambos lados de la frontera para superar la enorme asimetría en los estándares de vida de los dos países”, consideró Arturo Valenzuela, director del Centro de Estudios Latinoamericanos y asesor de la campaña de Obama.
Para Anthony Lake, el principal asesor de Obama en política exterior, durante varias décadas las relaciones entre Estados Unidos y América Latina en general no han conseguido ir más allá de pronunciamientos retóricos. Y, en el caso específico de México, dijo que los últimos ocho años de la administración Bush son un buen ejemplo de ello de cómo los buenos propósitos pueden terminar sepultados o rebasados por otros problemas.
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