El escritor es uno. El ser humano que late debajo de la piel es otro, con todas sus virtudes y defectos; con todas sus aciertos y errores; con todas sus cualidades e imperfecciones. El escritor es uno. El macho que lleva dentro es otro. No hay por qué mezclar lo uno con lo otro. Y, por tanto, no hay que escandalizarse con su vida amorosa.
Así es que Mario Vargas Llosa ha llamado últimamente la atención más que por sus libros, por su divorcio hecho público en la prensa mundial de su segunda esposa Patricia Llosa, su prima y madre de sus tres hijos, después de haber estado casado con su Tía Patricia. La noticia por eso tiene su veta de morbo y más porque nadie se esperaba esa ruptura después que el matrimonio celebró en Nueva York, a fines de mayo, su 50 aniversario de bodas.
Y más morbo despiertan los comentarios alrededor de este hecho porque Patricia no se esperaba que su veterano esposo le estuviera poniendo los cuernos con la mamá del famoso cantante Enrique Iglesias. Imposible para ella imaginar que tantas atenciones de la familia Vargas-Llosa a Isabel Preysler desembocaran en un romance apasionado. Imposible para los hijos del escritor suponer que era capaz de dejar el hogar por una aventura tan intensa que les ha roto el corazón a todos.
A Mario, el Premio Nóbel de Literatura 2010, le rompió el corazón la bella modelo de origen filipino, casada originalmente durante siete años con Julio Iglesias y luego con Carlos Falcó, Marqués de Griñón. Y a ella le rompió el corazón la muerte de su tercer esposo, el político y economista Miguel Boyer, pero más le rompió el corazón la declaración de amor del novelista a la que no se pudo resistir. Y, obviamente, a los Vargas Llosa les rompió el corazón la decisión del jefe de la casa y el mayúsculo escándalo desatado en torno a este affaire.
Por eso no se han hecho esperar las críticas negativas al famoso literato, pero se equivoca la gente que confunde al escritor con el macho que lleva dentro. Y es una actitud teñida de moralina acusar su nueva relación de impúdica, porque todo lo que pertenece a la vida privada es solamente de cada quien. Y, como dijera Blas Pascal, hay razones del corazón que la razón no comprende.
Pero igualmente fuera de lugar aparece en estos días la sarta de acusaciones contra el periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, fallecido el 2 de julio, a los 87 años de edad. Todo por juzgar a la luz del contexto actual su lejana trayectoria en tiempos de aquel México de partido único y muy ajeno a la libertad de prensa y de expresión de que gozamos hoy.
Sí, no hay duda que en la época de 1970 en que inició “24 Horas” Televisa era el brazo armado del gobierno y el PRI se regodeaba con la línea directa que tenía en Los Pinos, Palacio Nacional y los medios de comunicación de masas. Así es que la manipulación funcionaba a más no poder.
Jacobo Zabludovsky no tenía otro camino más que obedecer las órdenes de su jefe, “El Tigre” Azcárraga y enfrentar las voces en contra de los que se oponían al sistema, al grado de agarrar pleito gratis con un figurón del periodismo independiente como lo fue don Julio Scherer García y el periódico Excélsior que éste dirigía con gran talento, así como después fundó y dirigió el semanario Proceso.
Pero a la persona no se le debe encasillar en un solo archivo. Y menos debe dejar de reconocérsele su valor como profesional de los medios y su último tranco al servicio de la radio libre y sin compromisos en su programa “De una a tres”. Es obvio que sus errores no opacan sus aciertos, ni sus defectos sepultan sus cualidades. Y sólo por un dejo de rencor y de resentimiento hay quienes se ensañan con su figura.
Por lo menos debemos reconocer su perseverancia ejemplar en el trabajo, pues mientras otros zánganos ya andan buscando la jubilación a los 50 años de edad, Jacobo se entregó apasionadamente a las noticias durante casi 70 años hasta la víspera de su fallecimiento.
Y si Vargas Llosa trasciende por sus novelas, y no por lo que haga con su vida privada, Zabludovsky es ya una leyenda por lo positivo y lo negativo de su quehacer periodístico en los medios mexicanos. Y hasta que el balance arroje un veredicto justo, podrán los rencorosos desquitarse a sus anchas de aquel entreguismo obligado al sistema que era propio de casi todos los profesionales de la noticia, porque el contexto no dejaba más posibilidades debido a que los dueños de los medios tenían un pacto de colaboración explícita con el gobierno.
Discussion about this post