Seattle, Washington / Junio 8.-
En esta ciudad estadounidense se concentra un gran número de mexicanos que han pasado la frontera en busca de una mejor oportunidad.
Aquí no afectó mucho la epidemia de la influenza humana, dice Martha, empleada de un hotel de cinco estrellas de la Quinta Avenida, a quien secunda otro mexicano. “Si acaso se habló del caso de un niña con los síntomas aquí a unas cuadras, pero nada más”.
Proveniente de Michoacán, es el as bajo la manga de los empleados cuando se requiere de hablar español.
Como Edgar, oriundo de Texcoco, quien hace tres meses dejó a su familia para pasar de un sueldo de 8 mil pesos mensuales en México a más de 40 mil pesos que gana ahora.
De jueves a domingo trabaja en un restaurante y entre semana ayuda a otro mexicano a hacer trabajos de reconstrucción, pintura, yeso, remozamiento.
Le pagan doce dólares la hora, 156 pesos, cifra envidiable para quienes detentan el “salario mínimo” mexicano.
En la frontera mexicana, el pollero le cobró más de 20 mil pesos por traerlo de este lado y llegar hasta aquí, esta ciudad de ensueño cuyos cimientos están repletos de mexicanos, latinos, hispanos, que conforman la fuerza laboral del país que hasta el momento no ha considerado una reforma para legalizarlos.
Pero Edgar es de los pocos que piensa regresar a su país de origen. Dice que no le gusta la nieve que en diciembre impide realizar las actividades normales. Se tiene que encerrar en el departamento que comparte con otras tres personas, un matrimonio mexicano y otro compa, para aligerar los gastos.
En esta ciudad de lujo, se gana bien, pero también se gasta mucho. Edgar tiene que comer donde caiga, una hamburguesa, un hot dog, lo que sea y que sea barato, para no desajustar el dinero que manda a México, a su esposa que lo espera algún día, cuando tenga lo suficiente para poder hacer algo.
Cuenta su historia abordo del bus de la ruta 66 que lleva al centro, es sábado por la noche y después de trabajar es hora del relajamiento con una cerveza, acompañado de otros mexicanos, otros migrantes, que aquí tienen que juntarse para hacer comunidad, para hacer patria.
Habla de su país y de lo que extraña, es un visitante necesario para algunos e incómodo para otros, pero al menos aquí no ha tenido problemas con la migra, no lo han detenido, se mueve como pez en el agua.
Las oportunidades de empleo y la lucha por salir adelante han propiciado que entre los mismos mexicanos se marginen. Los grupos salen a flote y entre paisanos hay racismo, discriminación, acepta Oscar, quien es parrillero en la cantina “Elephant Castle”, junto con un guatemalteco.
Es el tema migratorio, siempre el más importante en las reuniones interparlamentarias México-Estados Unidos, como en la edición 48 que culminó aquí el sábado pasado.
Es el tema de siempre, al que se refiere el representante demócrata Ed Pastor, quien acepta que hubo un llamado a México para que no sólo pida una reforma migratoria, para ayudar a Martha, a Edgar a Oscar, los rostros invisibles de una comunidad latente y que ayuda al proceso económico, sino para que también evite la salida de sus connacionales con la creación de empleos, de buenas oportunidades, de dinero.
“Les dijimos que queremos que haya un modo que la juventud de México no tenga que ir a los Estados Unidos y les suplicamos que qué podemos hacer para asegurar que haya trabajo en la industria de México para que la juventud se quede en su país… queremos que eso se haga también”, rubrica Ed Pastor.
La moneda está en el aire, junto con la promesa del inicio de pláticas entre gobierno y congresistas estadunidenses para una reforma migratoria que les devuelva el rostro a los ciudadanos invisibles, a la fuerza productiva, a los sin rostro.
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