Esmeralda Hernández Ramos tuvo la mala fortuna de conocer al albañil Ramón Leija Morales de quien se enamoró y le dio a él sus mejores años soñando con ser feliz y hacerlo doblemente feliz con tres niñas, de 12, 9 y 3 años de edad. Pero cuando menos esperó ya estaba “durmiendo con el enemigo”, y la fatalidad tocó a su puerta, como sucede en otras ocasiones a mujeres indefensas en nuestra emproblemada Reynosa.
Obrera de una maquiladora, Esmeralda vivió bajo el yugo de un enfermo mental, atormentado por los celos, quien le daba una vida de maltratos y humillaciones. Y como ella aguantaba, el tal Ramón avivó su machismo al grado tal de amenazarla de muerte. Hasta que cumplió su palabra el pasado 13 de septiembre.
Los vecinos del Fraccionamiento Fundadores no daban crédito a la forma como el albañil presuntamente masacró a la operaria de Panasonic. A las 14:30 horas de ese domingo septembrino la sangre marcó el domicilio de la calle José Onofre y acabó con la vida de la joven madre de familia, victimada supuestamente por su propio esposo a martillazos y cuchilladas.
Ella de 32 años y él de 36 fueron el foco de la atención de sus familiares y vecinos por sus constantes conflictos y por la forma en que el macho trataba a su propia pareja. Y aunque se quejaba con sus amigas y platicaba su caso a quienes le rodeaban, jamás se esperó que terminara su vida en su charco de su propia sangre.
Y es aquí donde la sociedad debe poner el énfasis. Cómo es posible que las víctimas de violencia familiar no se quejen ante las autoridades competentes y frenen los impulsos homicidas de sus cónyuges. No es aceptable que aguantan hasta la ignominia y no acudan a quien corresponda para que los problemas no lleguen más lejos. Y, peor todavía, es reprobable que los encargados de impartir justicia se hagan de oidos sordos ante una denuncia de esta naturaleza, cuando existe tal denuncia.
Asimismo, este caso y desafortunadamente otros más que suceden en Reynosa y otras ciudades tamaulipecas, aunque no con idénticas consecuencias, deben hacer reflexionar a tiempo a los hombres celosos para buscar ayuda a tiempo y a través de una terapia de pareja o individual, serenar su ánimo y encauzar su energía viril hacia una conducta positiva.
Esmeralda ya no está con sus hijas, pero pudo evitar esta tragedia si se hubiera armado de valor y se hubiera acogido a la justicia para buscar castigo contra Ramón ante las primeras golpizas y amenazas de muerte. Y Ramón, si encuentra oportunamente quien lo ubique en su explosivo temperamento, no hubiera causado el escándalo que protagonizó ni, de ser hallado culpable por el juez, se resignaría a pasar el resto de su vida en la cárcel por homicidio con premeditación, alevosía y ventajas.
La lección es muy clara: Pidamos ayuda cuando se requiera. Denunciemos a tiempo a quienes amenazan nuestra seguridad personal y familiar. Evitemos los traumas imborrables a los hijos, acudiendo con quien puede sacarnos del marasmo mental en que los celos nos acorralan a veces. Es por el bien propio y de la misma sociedad a la que pertenecemos.
Reynosa hoy llora a Esmeralda. Pero nos da material de análisis para sabernos conducir en situaciones de acoso y de peligro. Hay que hablar, gritar fuerte, y sacudirse el temor para denunciar a quien se sabe es un enfermo de celos.
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