Ciudad del Vaticano.-
Las familias mexicanas enfrentan principalmente dos problemas: una creciente pobreza y una violencia que se ha hecho cruel, que se suma a otras grandes dificultades como la carencia de medios para llegar a una verdadera educación, así como por la migración interna y externa que provoca la división de este núcleo de la sociedad, señala el arzobispo primado de México, Norberto Rivera Carrera.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el cardenal, quien se encuentra en esta ciudad donde participa en el Sínodo de la Familia, considera que a ese México llegará el papa Francisco el próximo año, ante “una pobreza que ha crecido, una violencia que se ha hecho cruel, una violencia organizada, una violencia que no creció de pronto, sino que se fue gestando poco a poco durante tantos años”.
Norberto Rivera, quien conforma un grupo de ministros mexicanos que participan en el Sínodo —convocado por el papa Francisco—, junto con los cardenales Alberto Suárez Inda y Francisco Robles Ortega, así como el arzobispo de Tlalnepantla, Carlos Aguiar Retes, entre otros, recalca que en el marco de ese encuentro se ha evidenciado que en la Iglesia hay un cambio de actitud en el que se reconoce que debe haber un mayor acercamiento a los fieles y seguir un acompañamiento con ellos, para que, entre otras cosas, se fortalezca la preparación al matrimonio.
¿Es latente el problema de la violencia en México derivado del narcotráfico y la delincuencia?
—Por desgracia no solamente en México, sino en otras partes del continente, es un problema serio la violencia organizada, porque se vive con miedo, se tiene que salir del pueblo donde se vivió. Es un asunto que afecta porque van captando a niños y jóvenes para esas redes, entonces la familia se desintegra.
Ante esta realidad, ¿cuáles son los retos de los obispos mexicanos en el marco del Sínodo de la Familia?
—Uno de los grandes retos que tiene la familia mexicana para salir adelante es la situación de pobreza. Otro de los grandes problemas es la falta de medios para llegar a una verdadera educación y cuando se llega a tenerla muchas veces no se encuentra trabajo.
Otras dificultades son que las familias se tienen que dividir por las migraciones internas y externas. Otro es que la familia ha sufrido y sigue sufriendo, no solamente la violencia institucional o la violencia organizada, sino está sufriendo la violencia interna. Todo esto le impide un crecimiento.
¿Ha incrementado o disminuido lo que ha llamado usted la cultura de la muerte? ¿Qué repercusión tiene en las familias?
—La cultura de la muerte evidentemente ha crecido en estos últimos años, porque cada día son más los medios, los métodos, las formas de engañar a la gente para que llegue al aborto, por ejemplo. O también se están buscando caminos legales para llegar a la eutanasia, pero no solamente esos medios extremos, sino que muchas veces la familia no tiene lo necesario para una vida digna y eso es una cultura de muerte, que no tengan un techo, comida, ropa, medicinas, educación, esa es una cultura de muerte.
¿Qué México va a encontrar el Papa?
—Algunas de las situaciones que ya he enumerado en relación a la familia. El Papa va a encontrar una pobreza que ha crecido, una violencia que se ha hecho cruel, una violencia organizada, una violencia que no creció de pronto, sino que se fue gestando poco a poco.
Otro problema es el de las migraciones, tanto las que llegan del sur como la de los mexicanos que se van a países del norte. Son problemas reales de México que el Papa contempla, porque ya los conoce y dirá algo al respecto.
¿Cuáles problemáticas presentó en el Sínodo de la Familia?
—Quise hacer sentir que hay muchos problemas tanto internos como externos que pueden dañar la familia. Pero no debemos detenernos sólo en los retos que eso nos tiene, sino que hay que mostrar el camino a la gente para que pueda crecer, para que pueda tener una espiritualidad, para que pueda tener una verdadera mística para vivir en familia, porque si la familia no tiene una espiritualidad o mística, fácilmente, ante cualquier problema, cae.
¿Cuáles son de los puntos más importantes que se han abordado en el Sínodo y que pueden ser parte de las reflexiones finales?
—De un cambio de actitud en la Iglesia para que tanto aquellos que se han alejado como para los que están en la Iglesia que no reciben una preparación, o un mensaje y que por lo tanto debemos tener personas preparadas y materiales concretos para que ellos se acerquen más a Cristo.
Nosotros no vamos a salvar a nadie sólo Cristo es el que puede ayudarles a vivir su matrimonio en plenitud.
¿Qué acciones pondrán en marcha los obispos en defensa de la familia, luego que haya concluido el Sínodo?
—Hay varias acciones en las que todos los miembros, no solamente los obispos, los sacerdotes o religiosas, sino en las que todos los católicos deben comprometerse para evangelizar, para transmitir la fe a los demás para que conozcan los caminos para llegar a Cristo.
En concreto para la familia, fortalecer la preparación al matrimonio en tres aspectos: la remota, la próxima y la inmediata, porque muchas veces esto llega a ser un mero trámite de pláticas, pero no un camino de preparación al matrimonio, y una vez que se casan, son abandonados muchas veces, vuelven hasta que van a bautizar al primer hijo.
La Iglesia tiene que buscar caminos de un acompañamiento real a estas parejas, porque muchas veces no tienen los medios para superar los conflictos que se les presentan. A veces son dificultades sencillas y los llevan a rompimientos simplemente porque nadie los enseñó a dialogar, porque no están en esa actitud de perdonar, sabiendo que son seres humanos que necesitan continuamente favorecer esa actitud de perdón.
¿Cómo concibe el tema de los divorciados vueltos a casar?
—Viven en situaciones muy diversas, no es lo mismo en un matrimonio el ser víctima que el haber sido actor. Muchas veces aunque la culpa la tiene uno por divorciarse, al final cuando se llega a consumar, los dos tienen alguna responsabilidad. Pero es gente que no tiene vocación para el celibato, entonces vuelve a contraer segundas nupcias y por supuesto que para la Iglesia esas personas que viven esas situaciones siguen siendo miembros y lo que nos ha faltado es tener caminos concretos para que ellos sientan el amor de Dios.