Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedra vivía resignado en su pobreza, aunque siempre deseaba convertirse en rico y poderoso.
Un día expresó en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que éste se había hecho realidad: Se había convertido en un rico mercader. Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él.
Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo. Cuando vio cómo un feroz samurái resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurái y así fue. Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad.
Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: “Él sí que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. ¡Quiero ser el sol!” Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpuso en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser. Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable.
Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: ¡Ella sí que es realmente fuerte: quiero ser una roca! Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo. Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedra que tallaba la roca y daba la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedra que era en un principio.
Este relato de Marc E. Boillat nos deja una lección muy cierta, ya que a veces estamos empeñados en ser más de lo que somos, cosa que no es mala si nos enfocamos en lo que realmente nos gusta y nos motiva cada día a trabajar mejor. Este relato no nos dice que dejemos de esforzarnos por tener más dinero o de lograr un estatus social más alto. Lo que debemos hacer es una vida sana, de calidad y alejada de conflictos que no nos permitan disfrutar cada logro que vayamos obteniendo.
Es sabido que una persona rica debe invertir mucho dinero en su propia seguridad, lo que no le permite gozar de las libertades que tenía cuando no era rico. Tener más dinero implica muchas responsabilidades que van más allá de mantener la fuente que le permitió tenerlo, es decir, la empresa o negocio.
El dinero permite vivir sin la preocupación de no tener para comprar medicamentos o cosas necesarias para vivir bien; sin embargo, también genera envidias, atrae a gente interesada y sin valores, incita a caer en vicios, hace que amigos y familiares pidan prestado y al negárseles se distancien; pero, lo más peligroso es que nos pone en la mira de ladrones que no nos permiten vivir en paz.
Si nuestro esfuerzo nos coloca en una posición decorosa, debemos vivir con humildad, trabajando y actuando como cuando no teníamos nada. Vivir con libertad y sin angustia es un tesoro que vale más que la más grande fortuna.
oscarfosados@yahoo.com.mx
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