Buenos Aires, Arg.-
Cientos de miles de personas salieron a celebrar hoy a las calles de todo el país la actuación de Argentina, pese a la derrota sufrida en la final del Mundial Brasil 2014.
“Ya no importa el resultado”, decía llorando una joven estudiante con el rostro pintado con los colores de la bandera, “vamos a festejar igual porque este equipo dio todo, nos dio mucha alegría y pelearon con el corazón hasta el final”.
“Perdimos con el gran favorito, con el que goleó a Brasil, muchos creían que también nos iba a golear a nosotros y miren, apenas si nos pudieron meter uno y en tiempo suplementario”, resumía un contador que llegó al Obelisco junto con su esposa y su hijo.
“No podemos estar tristes, no se lo merecen los muchachos que nos llevaron otra vez a una final después de 24 años, se los tenemos que agradecer siempre”, dijo un joven abogado sin dejar de ondear una bandera gigante.
El sentimiento generalizado era que se debía celebrar haber llegado a la final, y sobre todo las humillaciones que Brasil, su eterno y máximo rival, sufrió en las semifinales y el sábado, en el triste partido por el tercer y cuarto lugar.
Buenos Aires se convirtió en un carnaval desde temprano, porque a diferencia de los seis partidos anteriores de la Selección, la ciudad no se paralizó para ver la final.
Multitudes de amigos, familias y parejas desfilaron por el centro, principalmente rumbo al Obelisco, el emblemático monumento nacional, en donde creían que habría una pantalla gigante.
Pero no, ahí no había forma de ver el partido, así que se dirigieron a la Plaza de San Martín, ubicada a unas cuadras y a donde sí había una pantalla gigante, aunque fue insuficiente ante la cantidad de gente que llegaba.
Hombres y mujeres buscaron la manera de treparse a los árboles, monumentos y lámparas, mientras otros de plano lloraban ante la impotencia o se echaban a correr en busca de algún lugar para poder ver el partido.
Algunos automovilistas se condolieron y estacionaron sus vehículos en las calles, encendieron las radios y enseguida fueron rodeados por agradecidos hinchas.
Los cafés, bares y restaurantes que transmitían el partido en sus televisores se convirtieron en miniestadios en los que el público de adentro y el que miraba desde afuera, por la vidriera, alentaba a la Selección.
Muchos hinchas contaron que no habían dormido de los nervios, mientras que otros yacían, alcoholizados, en las calles cuando todavía se desarrollaba un partido de cuyo final no se enteraron.
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