Tuxtla Gutiérrez, Chis. / Agosto 2.-
En San Pedro el Puy la tierra está sedienta, agrietada, adolorida. La lluvia olvidó bañar la milpa que se amarillea y se seca a 38 grados. Un siglo de promesas incumplidas se refleja en el campo que se niega a morir. Telésforo, Rubén, Corazón y Julio son sus aliados. “El amor a esta tierra es más grande que las ganas de irnos pa’l norte”, reflexiona Julio.
Los pasos de Telésforo parten la agonizante tierra de las tres hectáreas que sembró en marzo. La milpa no aguantó la sequía. “El maíz ya está jiloteando. No hay nada que hacer. Esto ya no sirve por la falta de agua y si no llueve en los siguientes ocho días, la cosecha de todos se va a perder”.
La raíz está seca. El sol calienta las hojas largas, que ya no son verdes: están amarrillas, quebradizas, perforadas, caídas. En la punta de la milpa se asoma un elotito inmaduro que no terminó su ciclo de vida. Será arrancado en unos meses para liberar esa tierra y tratar de sembrar de nuevo, “a ver si así recupero algo antes de diciembre”, mantiene la esperanza Telésforo, que también ve quemarse bajo el ardiente sol sus largas jornadas de trabajo.
Telésforo forma parte de la Unión Campesina Totikes del municipio de Venustiano Carranza, integrada por unos 15 mil productores. Esta unión surgió por la necesidad de impulsar la reactivación del campo y mejorar la comercialización de la cosecha de maíz. El estado ocupaba en 1994, con Jalisco y Sinaloa, los tres primeros lugares en producción del grano. “Ahora cuando bien nos va, quedamos en el 12”, lamenta Enrique Velásquez, quien asesora a los campesinos en la preparación de la tierra.
Los subsidios del gobierno para impulsar la agricultura en México se diseñan desde escritorios de la ciudad de México, dice Jesús Coello Gómez, presidente de la organización Totike. “Los hace gente que no conoce el campo. Por eso a nosotros no nos funcionan. Lo que le dan a los productores, a los que sí trabajan la tierra, no alcanza porque los insumos para una hectárea son muy caros”.
El efecto de Procampo no se siente en Chiapas. No beneficia la economía familiar del productor y “mucho menos a sus tierras”, asegura Coello Gómez.
“A mí, Procampo siempre me ha llegado tarde, cuando ya sembré y lo que me dan es tan poquito que este año no me alcanzó ni para pagar intereses de un agiotista que me prestó para la semilla y el fertilizante”, se queja Obed, quien dejó sus tierras para irse a trabajar a Estados Unidos.
“Me regresé porque me deportaron y ahora quiero cultivar la tierra que me dejó mi papá, pero me desespero porque no nos ayudan. El gobierno no voltea a ver a Chiapas”, lamenta.
Una tradición que se muere
A Natividad le depositaron este año en su tarjeta bancaria de Procampo 3 mil 900 pesos. Ella no tiene activa su parcela. Su esposo murió y sus dos hijos varones se fueron a trabajar como albañiles a Puerto Vallarta. “A mí me sirvió este año para mis medicinas”, dice. Sus tres hectáreas están abandonadas. La maleza mide más de un metro. “No tengo dinero para limpiarla y cuando la renté perdí hasta lo de Procampo”.
En los últimos años, Chiapas dejó de ser autosuficiente en maíz, comenta Marcos Vázquez, asesor de la Empresa Integradora Campesina. “Hasta 2000, no sólo teníamos suficiente grano para el consumo local; les vendíamos 500 mil toneladas a nuestros consumidores naturales: Oaxaca, Veracruz, Tabasco y Guatemala”.
Ahora, el estado produce entre 800 y 900 mil toneladas. “Entregamos el alma en la producción y a veces no deja ni para comer, por eso los compañeros se van”.
El abandono castiga a 50% de tierras de cultivo. “Altos costos de producción y pérdidas han hecho que la gente emigre”, remarca Marcos. Es tan grave la situación que hasta los ancianos de la zona se van a Estados Unidos.
Pedro, de 80 años y fundador de la colonia ejidal Río Jordán, es recordado por sus compañeros por su conocimiento de la tierra y clima. Relatan que cuando se tardaba en llover, como este año, iban a buscarlo para saber si mantener las esperanzas de llegar hasta la cosecha o hacerse a la idea de que habían perdido todo por la sequía. “Nunca nos falló; lástima que se tuvo que ir a trabajar al norte”. Pedro se llevó sus conocimientos.
El maíz de Chiapas es artesanal. Cada hectárea se siembra, fertiliza y cultiva a mano. Los productores organizados se niegan a permitir que esta tradición se acabe. Pero sus buenas intenciones no han sido suficientes para frenar la migración. De lunes a jueves, contratistas de Puerto Vallarta, Jalisco, recorren las calles de Venustiano Carranza y ofrecen trabajo de albañiles a los productores. Esta semana se fueron 300. ¿Quién va a cultivar ese campo?, se pregunta Marcos.
“Nosotros sí le apostamos al campo”
Tres tráileres de doble contenedor llenos de maíz transitan por la carretera que va a la comunidad de Vicente Guerrero. “Tampoco este año nos alcanzó la producción y le tuvimos que comprar a Sinaloa”, dice Marcos.
Por cada tonelada de grano más el flete, los chiapanecos pagaron 30% más de lo que obtuvieron por su producción en enero.
El cielo regala unas cuantas gotas de agua a la milpa y endereza un poco sus hojas verdes: cobran vida. También se niegan a morir. Julio y su mujer se ilusionan. “Este año le invertimos nuestro resto. Esta tierra todavía da para mucho”, dice Joaquina.
El incitante olor a frijol recién cocido sale de la casa de Corazón, uno de los productores del ejido Guadalupe Victoria. Él, su padre, de 73 años, y su hijo, de 19, trabajan su parcela de cinco hectáreas.
Este año, organizados por la Unión Campesina Totikes, le apostaron a un proyecto de alto rendimiento de sus tierras, con el que esperan cosechar el doble de grano. En 2008 cada hectárea les dio entre cuatro y cinco toneladas, “ahora vamos por 10”, dice el labriego.
Por falta de apoyo de los gobiernos federal y estatal, señalan miembros de la organización, solicitaron un crédito de 10 millones a la institución financiera Sofom Anec.
Rita menea los frijoles de la olla. Guadalupe, la esposa de Corazón, saca de su pequeña bodega granos maíz para molerlos y echar las tortillas del día.
La familia Hernández es autosuficiente en sus alimentos. Consumen su cosecha. El frijol y el maíz están presentes en su dieta diaria. “¿Carne? Una vez al mes”, dice la madre de familia que cultiva en su patio algo de cebolla, jitomate, cilantro y chiles verdes “para acompañar las tortillas”.
“Casi 70 años de mi vida los he dedicado a estas tierras. Amo lo verde de mi pueblo. Cuido los árboles porque ahí está la vida”, dice Rubén, el padre de Corazón.
Se levanta a las cinco de la mañana y se va caminando a su parcela. A esa hora empieza su jornada. “No me fui cuando joven, menos ahora que tengo que cuidar que no se acaben al campo, que no lo sigan destruyendo. Aquí me voy a morir”.
Apenas se nubla el cielo y productores del proyecto de alto rendimiento que incluye mil hectáreas elevan sus oraciones. Joaquina comenta que esta tierra es tan noble que no los va a abandonar. “Vamos a demostrar que somos maiceros por tradición y así vamos a seguir”. Con o sin subsidios se niegan a dejar morir una parte de su cultura.
El sector agrícola de Chiapas clama por infraestructura
“No queremos que nos regalen nada; queremos trabajar nuestras tierras, hacerlas productivas y competitivas”, advierte orgulloso Marcos Vázquez.
Chiapas tiene 100 años de atraso en infraestructura agrícola: no hay sistemas de riego en la mayor parte del territorio de siembra, “y donde hay están muy deteriorados”. Las regiones Centro y Frailesca, que son las más productivas, padecen año con año los efectos de la sequía.
“¿Qué pedimos? Sistemas de riego. El subsuelo de Chiapas es húmedo. No tenemos que rascar mucho para sacar agua y regar la milpa. Para eso necesitamos subsidios”, señala Coello Gómez.
A nombre de sus compañeros, Marcos remata: “También tenemos 100 años de atraso en infraestructura comercial, respecto de Jalisco y Sinaloa. No tenemos bodegas. Almacenamos a la intemperie, eso nos ha llevado a tener muchas pérdidas. El año pasado perdimos mucho dinero porque se nos mojó el maíz”.
En Chiapas, Procampo no es suficiente. Sus 15 años de operación no se ven en el campo. “Los pequeños y medianos productores hemos abastecido de maíz esta región del país sin apoyo. Lo que podríamos hacer si los gobiernos voltearan a ver que el sur también existe”.
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