México, D.F. / Agosto 4.-
Sentado sobre un banquito, en el centro de la cancha del Estadio Azteca, Manuel Lapuente ensaya una reconstrucción de hechos, como si el escenario mismo le sirviera de códice para redescubrir la historia que encierra el coloso.
Ahí, obsesivo, el viejo estratega señala de un lado a otro del rectángulo, dirige la escena, saborea el momento, lo revive.
A 10 años de distancia, la memoria le ayuda a recrear el cuarto gol, el de Cuauhtémoc Blanco, el que le dio a México la Copa Confederaciones 99 ante Brasil o, como dice orondo el propio estratega, “la primera copa internacional que se ha ganado a nivel mayor de selecciones”.
“La jugada que más recuerdo fue el gol de Cuauhtémoc, en esa portería —norte—, cuando fríamente recibe la pelota, como solamente él lo puede tener, se quita a un contrario dentro del área, cepilla el balón y ¡pum!… la coloca al lado izquierdo”.
Entonces, el hombre de la boina azul dibuja una discreta sonrisa, mas sus ojos cafés liberan la satisfacción de saberse privilegiado, en compañía de aquella generación de futbolistas.
“Eso nos da el triunfo y, obviamente, la algarabía del público”, prosigue Lapuente.
“Los muchachos llegaron ahí y se barrieron todos hacia la copa. La pusieron en esa esquina, afuerita del área, y sacaron las fotos. Son recuerdos que se pierden entre el nerviosismo y la satisfacción. Luego, uno da gracias al cielo y quiero seguirlas dando”, comparte.
Don Manuel soporta el mediodía que acostumbra ofrecer el imponente inmueble capitalino. No se sofoca ni siquiera por aquel saco café, abrigador, que absorbe los rayos del sol.
“No sabe uno ni qué está pasando. Poco a poco lo vas asimilando, porque en realidad te encuentras muy metido en el partido. Y es que el técnico se tiene que abstraer de lo que te estás jugando, desentenderse”.
Así que el instante no te permite pensar, “pero una vez que acaba, viene el descanso mental y físico; un sicólogo lo podría explicar mejor”, considera.
“Y poco a poco va uno acordándose de los pormenores de eso, que realmente fue fabuloso. La gente llenó el Estadio Azteca… sabe uno que 100 millones de mexicanos están pendientes de lo que va a suceder en ese partido. Y sí, yo tenía mucha fe en los muchachos, porque realmente contaba con un gran equipo y así jugamos, a ganar y lo que intentamos, resultó”.
El triunfo de México sobre Brasil rebasó fronteras, y de ello fue testigo el propio Manolo.
“Pasaron como seis meses y mi señora y yo nos fuimos a Las Vegas, nunca lo habíamos hecho. Abordamos un taxi y el conductor era brasileño. Comenzamos a platicar de futbol y mi señora le dijo: ‘mi esposo dirigió contra Brasil’. De inmediato el hombre paró el coche y se bajó a comprar una cámara. De vuelta, comentó: ‘¡Qué bien nos ganaron!, me duele, pero, ¿de verdad es usted, el técnico de México?’ Lo felicito, fue un gran triunfo”.
Conmovido por su propio relato, Lapuente continúa: “Son pequeños recuerdos, muy importantes, referentes a esta copa. Satisfacciones que uno tiene de parte de todo el mundo”.
Y ante la escasa memoria, refresca el instante en compañía de una réplica en bronce de la Confederaciones, como hace 10 años, mientras anhela, desde aquel día, “ojalá que de aquí vengan muchos trofeos más”.
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