De esas veces que no hay ni la más remota posibilidad de acudir a un lugar y por lo tanto no hay plan. Y menos, en un clásico Tigres-Rayados en la casa rival, en el estadio hecho a “chaleco” dañando el medio ambiente. No, no, ni para qué. Además, vamos perdiendo 1-3.
Y no llamé a ninguna promoción (ja ja, de hecho nunca llamo, y menos desde Reynosa); mis cuñados, los rayados, usarán sus abonos, mis compas de los medios no regalan boletos de clásicos, y menos de liguilla, no tengo contactos ni en el club de las rayas, ni en el municipio de Guadalupe (que podrían tener cortesías) y además no, no es onda pedir, y menos, insisto, para ir a la casa de enfrente.
Es viernes aquí en las márgenes del río Bravo y el “plan de vuelo” como otros fines, es ir a la Sultana, estar con la familia, ingerir unas cuantas cervezas o tintos y ver si los felinos hacen la hazaña, ¡si remontan y ganan! ¿Quién dijo qué no se puede?
No hay más. Lo veremos por la tele, en un bar de buena muerte o en familia, obviamente con la respectiva carne asada. A vivir esa rara sensación de miedo-susto-ilusión entre el humo del asador, la cebada y los gritos de los vecinos, todos divididos, para acabar, si no embroncados, discutiendo como todos unos expertos en futbol, llanero.
Qué más da.
Por lo pronto me imbuyo en el mundo de la información para cumplir con el protocolo de editor y aventurarme una vez más en las noticias internacionales, nacionales y de seguridad pública; a eso voy, directo, pero la voz del director editorial es clara e imponente.
-¿Quién va mañana para Monterrey? –pregunta Hugo Jiménez dejando seis puntos suspensivos.
(¿Y si es para un encargo? ¿O si es para chambear en algún bomberazo?)
La respuesta tiene que ser lanzada en segundos, pues entre la raza de edición habemos tres del rancho, mi compadre Agustín Lozano, de Zuazua también tigre; Adrián Navarro, un regio-escobedense ultrarayado, Jhon Cortez, de San Nico, quien no es aficionado al fut, y yo de Apodaca.
Alzo la mano. –Yo salgo el sábado temprano, -le digo esperando alguna indicación.
-¿Te interesa un boleto para el clásico? –me dice a bocajarro.
-Sí. Claro. Voy para allá…
-Ya está. Yo no puedo ir, te lo cedo, aprovéchalo, que te diviertas y ojalá ganen tus Tigres. –Me dice Hugo y me advierte: -pero, sí vas, verdad.
Mi apretón de mano, mis ojos y un abrazo le contestan.
Entonces, cambio radicalmente de planes.
***************
Pero, ¿cómo voy a ir de amarillo al estadio de los Rayados? ¿Cuántos tigres más irán, si no aceptan la invasión de Libres y Locos? ¿Y si les ganamos? ¿Y si me parten la mandarina? Ut.. qué dilema.
Decisión. Sí voy de amarillo, de tigre. Si desafié en CU a los ultras, si apoyé a los de casa en el mero Azteca muy cerca de la barra La Monumental y si grité hartos goles en el Azul, como rechinados no iba a gritar goles en “La Bacinica”.
Y ahí voy, al estadio de los Rayados del Monterrey en pleno Guadalupe.
Primero hay que atravesar el tráfico de la ciudad, en mi caso de 50 minutos. Ahora buscar estacionamiento, seguro y barato, porque al Fiesta se le bajan los cristales de dos de sus cuatro puertas.
Pero, ¡hay cabrón!, por las calles del fraccionamiento contiguo a la Expo se la están bañando. 300 pesos por la cuidada del carro “porque es clásico”. No, hay que buscar algo que te permita refrescarte mejor en el estadio.
“Pásele, 200 pesistos. “100” (ya mero, ya mero) y como en los puertos turísticos, en los bulevares y en el malecón los hoteles son más caros, y los de a la vuelta son más baratos, me dije: entonces calles adentro debe haber gente de mejor corazón.
-Si quiere déjelo en la mera esquinita, señor, yo se lo cuido. Me dijo una comerciante de una tienda que, por su dulce mirada me reveló que no era codiciosa ni avara.
-¿Cuánto me cobra, madre?
-70 pesos.
-Oiga, pero, sabe, me andan fallando dos ventanas… como que se bajan los vidrios.
-No se preocupe, yo le echó el ojo.
-Va.
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Y a caminar, por entre las calles del fraccionamiento La Hacienda, cerca de la Expo. Luego por el enorme puente peatonal que penetra el área antes protegida del río La Silla y el parque La Pastora.
¡Que alivio!, veo uno que otro tigre, hombres y mujeres. Con la diferencia que los seguidores felinos son, o pareja de una o un rayado, o son compas que van en grupo, aceptados por sus amigos para ver en forma civilizada el juego.
Pero, pues ya estoy aquí, hay que entrar, solo y con la frente en alto.
Debo admitir algo muy importante. Hace un buen de años, cuando atravesé por primera vez un túnel en penumbras para descubrir el estadio Universitario, hoy llamado Volcán, sentí una emoción mayúscula, fenomenal, de corazón galopante.
Hoy es diferente. (Aunque mi ritmo cardiaco ha de estar alto)
Aquella ocasión, era de noche, Tigres estaba en segunda división y mis tíos me llevaron a descubrir el estadio y a conocer al equipo que a la postre, sería mío (ya se, es un decir, es de Cemex).
Hoy también es mi primera vez en un estadio, 40 años después. Aquella vez era niño, y entré por la puerta 18, gratis. Hoy también es de grapa, pero mi acceso es por la puerta 10; antes era por un torniquete (seguramente aún lo es en el Volcán, hace un buen que no voy) hoy esto es digital.
(Ya no le voy a decir bacinica, pienso) Y sí, es de primer mundo. ¿Y a dónde me dirijo? ¿Dónde están los Tigres? ¿Atrás de la portería? ¿Dónde vamos los visitantes?
Que inocente, por no ofenderme yo mismo. Aquí no hay sitio para la visita, no permiten, no quieren invasión. El boleto está numerado, bajo una logística que dice acceso, fila, número de butaca, etc. Así es que no hay de otra.
¿Y si me toca con los adictos? (No qué muy ching.. me digo yo mismo).
Bueno, primero una cheve de 80 pesos, doble, pero en un vaso blanco, que no diga Rayados. ¡pues que chingaos!
Y a conocer el estadio BBVA Bancomer (y porqué carajos se llama así, seguramente son los del capital, junto con FEMSA) un recorrido leve, para ver su tienda de HEB, los souvenirs… y ya, ¡que no noten que me impresionan!
¡A caray, el baño no huele a orines! ¡Acabados de primera! ¡Nice! ¡Tiene espejo!(¿no cobrarán la miada?)
Se acerca la hora. Sigo deambulando en los pasillos, obvio, uno que otro tigre, quizás más asustados que yo.
De repente me encuentro un compadre, el periodista de Milenio Miguel Ángel Vargas (arrchirayado), recién llegado desde merito Puebla, donde radica.
-¡Que gusto, compadre! Otras cheves. Y de repente otro colega, Eduardo Mendieta (es tigre, pero va de civil; me confiesa que es por precaución). Otra cheve, a grillar y a grillar.
De repente se oye la rechifla. Otro colega se acerca (más rayado que el “Cabrito”, Ricardo Alanís), Miguel Ángel se va con otros colegas al palco que les destinaron.
-Nombre Salas, te equivocaste de estadio, -me dice Alanís, y me invita a pasar a las butacas… -estaremos cerca… no tengas miedo.
Y ahí voy arriba y a un lado de la portería que defiende Nahuel Guzmán.
¡Hay pantallas! Y pingüinos, pingüinos… a ratos.
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¡Ah que chulada de goles!, los dos de Tigres, los vi de lejos pero los grité para que me escuchara hasta Jonathan Orozco y todo el estadio, aunque muchos me atravesaban con sus miradas fulminantes.
Yo estaba a toda madre, hasta que el árbitro Francisco Chacón se volvió totalmente parcial para ayudar a los Rayados a ganar.
Y como a la antigua, en el Tec y en el Universitario, salí 10 minutos antes, para evitar broncas en las vialidades y de cualquier otra índole.
Ni hablar. ¡Que bonita se sigue viendo La Pastora y el Río la Silla cedidos a Femsa y los Rayados!, pensé.
Después de tres cervezas dobles el hambre cala y por ello es urgente dirigirse directo a casa.
Que ricura. Sí hubo carne asada, Mónica se lució, salsa molcajeteada y empalmes al estilo Lalita.
Alejandro Jr. no quiere hablar del juego; Nicole lo lamenta, Mona es solidaria, pero Daniel Emiliano, con su casaca rayada bien puesta sólo llega, saluda y con una sonrisa nos dice: “Ganamos”. Me da ternura.
Sí, pese a todo (no se lo digo). Y ahí cabemos todos, como afuera, en el barrio tigres y rayados conviviendo como muy seguido, con la carrilla de siempre, la discusión de siempre, porque, pienso, somos tan iguales, tan parecidos.
Quién sabe como andarán por otros lados, a mi en la vialidad me dieron tres cerrones y vi gente muy caliente, pero así es esta metrópoli norteña, futbolera, diversa y plural.
Nos roban los mismos gobernantes, nos timan los mismos alcaldes, nos chamaquean los mismos diputados, y nos cumplen o nos defraudan los mismos jugadores. Así somos, tan iguales y parecidos, pero cuando unos ríen, los otros casi chillan, o de plano chillan.
Si así de dedicados fuéramos para exigir cuentas a los inches políticos, pero, bueno, de eso no estamos hablando. Chance y algún día, maduremos más, pero igual, con futbol.
Qué más da. Salud. Hasta la próxima.
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