La noche del 24 de diciembre de 1980, miles de nuevolaredenses acudimos al Mercado Maclovio Herrera, el parián de la ciudad fue pasto de las llamas, justo en esa fecha tan especial.
Quedó reducido a cenizas uno de los sitios más visitados y queridos por todos, un símbolo de Nuevo Laredo.
Y todo por un maldito cuete, que encendió a miles de juegos pirotécnicos, una vida cobró aquel siniestro, un pobre velador quedó atrapado en la dantesca prisión.
Octubre del 99, una dulcería en la colonia Mirador, estalló, su dueño almacenó fuegos artificiales, vulgo cuetes.
Al llegar nosotros de reporteros de guardia, a más de 100 metros del lugar, cerca de la iglesia San Gerardo, sobre la banqueta oriente, nos recibió un pie cercenado, toda la parte inferior, del tobillo hacia abajo, obvio que una extremidad descalza.
Presagiamos una tragedia de varias vidas, dicen que sólo fueron dos víctimas mortales.
Otro incendio que llevamos muy presentes, fue un baldío o terreno con maleza, allá en el año 1970, en la cuadra 25 de la calle Baja California, colonia Postal, un servidor y su hermano 12 meses mayor (niños de 6 y 7 años), jugando con cerrillos, le prendimos al pastizal seco.
La cintariza que nos puso nuestra señora madre, Jane Utterback hoy viuda de Belloc, fue ejemplar, ha sido inolvidable, positivamente “enderezadora”, un recuerdo imborrable de lo que está mal, de las malas acciones, nunca nada tan bien merecida (y créanos que no nos traumamos, ni tuvieron que llevarnos con sicólogo, esa y muchas otras veces más que nos dieron a llenar).
Un tercer incendio que nos afectó bastante, fue el de nuestra vivienda, explotó a principios de los 90, la pared de la cocina estaba embebida de gas natural -vaya usted a saber por cuánto tiempo-, debido a una vieja tubería fracturada o rota, que corría verticalmente adentro de la construcción.
Conjugado con el chispazo de la compresora del refrigerador, se produjo la explosión, la cocina y toda la planta baja de la casa de dos pisos, quedó destrozada.
Aún recordamos cómo en un aparato localizador, nos enviaron un mensaje por escrito; “¡Se está quemando tu casa!”.
Camino a nuestro hogar, escuchando el noticiero vespertino en la radio del carro, el gran amigo Jorge Gaitanos Chapa, sin querer, nos lo confirmaba: “En efecto, es la casa del compañero Mauricio Belloc, la que explotó, se está quemando, hay varias máquinas apagadoras, aquí a dos cuadras de la estación, por avenida Obregón”.
Gracias a Dios, nuestras dos pequeñas hijas, 10 minutos antes habían salido de la cocina y de la casa, con su mamá, iban a casa de mi madre, el Señor les salvó la vida a las tres.
Incendios podemos narrar muchos, el de toda una familia que murió, de apellido japonés, principios de los 70, colonia Jardín, avenida Obregón, donde topa la calle Baja California, a una cuadra al sur, de nuestra primaria Carmen U. de Rendón.
Adultos y niños salieron volando desmembrados, regresaban de un viaje.
La fuga de gas se acumuló por varios días, al llegar y encender el interruptor de luz, de la entrada, se produjo la explosión, con saldo de varios muertos.
Maldito Tultepec, cada que hay un siniestro tan lamentable, vuelven a nuestra mente los chamucos, como ocurrió con lo de San Juanico, en 1984, en la planta de Pemex.
Y pensar que en particular los incendios por cuetes o pólvora, se pueden evitar, prohibiendo por decreto, casi como rige con lo de la producción, importación y portación de las armas de fuego, dentro del país.
Cuetes, armas de fuego, explosivos, pólvora, fuegos artificiales, juegos pirotécnicos, muerte, todo es lo mismo.
Ya basta, sólo esto nos faltaba.
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