Cuando el PAN ganó la presidencia de la república en el año 2000, su inexperiencia para gobernar un país se vino a reflejar en la torpe estrategia para combatir al narcotráfico, con más buenas intenciones que cerebro, sobre todo porque fue evidente que a Vicente Fox Quesada se le salió de control cómo enfrentar -de manera más eficiente y con los menores daños a la población inocente- a los diferentes bandos del crimen organizado.
Años antes de que Fox asumiera el poder, en el noreste de México, el entonces gobernador panista de Nuevo León, Fernando Canales Clariond, dejó fríos a sus homólogos de Tamaulipas y Coahuila cuando se atrevió, de manera por demás irresponsable, a declararle la guerra al cártel del Golfo.
Tomás Yarrington Ruvalcaba y Enrique Martínez y Martínez su-daron frío cuando Canales Clariond dijo, palabras mas palabras menos: “Quiero que sepan que los narcos nos hacen los mandados”, durante una rueda de prensa en la tradicional cabalgata que une a las tres entidades.
Tan irresponsable fueron aquellas palabras de Canales Clariond, que no pasó mucho tiempo cuando arreciaron los enfrentamientos entre grupos por tener el control de Nuevo León que para ese entonces había dejado de ser un paso de mercancías ilícitas hacia Estados Unidos, para ser un mercado.
Canales Clariond dejó el gobierno antes de terminar su sexenio, Fox lo arropó convirtiéndolo en secretario de Economía y heredó a su sucesor, Fernando Elizondo Barragán, un territorio en llamas Y el PRI con Natividad González Parás ha sufrido la lengua suelta del panista.
Después de los lamentables sucesos en Morelia la noche del Grito, quienes hemos vivido en ciudades a merced del crimen organizado nos consolamos en recordar los tiempos del PRI.
“Esos sí sabían negociar con ellos”, se escucha decir con frecuencia desde Tijuana, Baja California, a Matamoros, Tamaulipas.
En plena campaña por la gubernatura de Nuevo León, en 2003, otro panista vino a reconocer lo que –se dice- hacen los políticos con los jefes de grupos de narcotraficantes: negociar. Poner las cartas sobre la mesa, no calentar las plazas (ciudades o estados) y que la vida siga como si nada sucediera, con la población civil fuera de peligros.
Mauricio Fernández Garza, el entonces candidato a gobernador que perdió ese año con González Parás, aceptó públicamente que los políticos deben negociar con los narcotraficantes para llevar la fiesta en paz. Quiso hacer lo que muchos viejos priistas hacían: dejar hacer, dejar pasar.
El empresario, miembro de una de las familias más prósperas del Estado, quería que la delincuencia organizada no contemplara a Nuevo León como un territorio que viviera a diario con la violencia y donde se disputaran, a punta de metralleta, las calles, las plazas y las colonias.
Mauricio entiende de este asunto como el viejo PRI. Deseaba que las cargas de droga provenientes de Sudamérica (cocaína) y de los estados del sur de México (mariguana), siguieran su paso hasta llegar a Nuevo Laredo, en una travesía trazada no ahorita, sino desde el siglo pasado.
Y que para combatir este negocio ilegal actuara la Procuraduría General de la República con sus brazos armados y el Ejército Mexicano, sin exponer a corporaciones policiacas estatales o municipales, mucho menos equipadas y más vulnerables.
En ese contexto el gobierno federal del PAN y el inocente Fox quisieron enfrentar y aplastar a grupos criminales organizados que han sabido sobrevivir en otros países como Italia, donde están muy bien identificados sus radios de acción: la cosa nostra en Sicilia y la camorra en Nápoles.
En México, en lo que va del PAN en la presidencia, es decir, casi ocho años, los focos rojos ya no son solamente Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Culiacán o Guadalajara en sus peores años.
Ya están encendidos a todo lo largo y ancho del país, y dentro de millones de hogares de mexicanos que duermen aterrorizados, gracias a la sarta de estupideces de Canales Clariond y de Fox Quesada.
hhjimenez69@hotmail.com
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