Honduras.-
“Es más fácil entrar a una pandilla que encontrar trabajo”, lo dice enojado, decepcionado. Sabe que si esa no fuera su realidad, sus hijos —de 16 y 17 años— no estarían cruzando México en este mismo momento, guiados por un coyote que él pagó para hacer posible que llegaran a Estados Unidos.
“El promedio de vida aquí está en 15, 16, 17 años. Si logran pasar los 25 ya es una súper bendición, los de 18 a 23 años están presos y el promedio de 14 a 17… están muertos”, explica León, habitante del barrio bravo Rivera Hernández. Unos cuantos meses atrás mandó a su hijo menor de 13 años por la misma ruta.
Para explicar la situación a la que están expuestos sus hijos, se refiere al parque que se construyó hace dos años en el centro de la colonia. El espacio recreativo se creó en esta colonia de la municipalidad de San Pedro Sula con dinero del gobierno bajo la idea de “devolver la distracción sana para la familia y a la vez recuperar por completo los espacios recreativos”, según el director de Prevención de la municipalidad en 2015.
Pero la realidad es otra. El parque está controlado por una de las siete pandillas que hay en los 39 barrios de la zona.
“Hacen un parque en el centro de la Rivera Hernández, sabiendo la crisis que hay, sabiendo la violencia que hay, sabiendo la inseguridad que hay. Se ponen a hacer parques donde nadie va a llegar. Porque ninguna persona de esta colonia va a ir al centro de la Rivera Hernández, a ese parque.
“Es mentira, los gozan los mismos de ahí, no los gozan las demás colonias. Si un niño que es de aquí y va hacia allá, y saben que es de esta colonia y lo miran allá en la Rivera, y además tiene un promedio de edad de entre 14 a 17 años, aparece después en un saco, ahí, embolsado. Si va uno de 10 a 12, viene golpeado, maltratado sicológicamente. Con el temor de que no puede volver a ir ahí”, detalla León.
Por un momento hay un silencio. Detrás pasa un niño moreno, de unos 10 años. Va montando una bicicleta roja. Lleva paso lento, observa. Los vecinos de la Rivera lo señalan con los ojos. “Ese güerito que está ahí. Él ya está amarrado. Tiene tres hermanitos que también van para allá. Él ya ha matado. Yo lo he visto contar sus asesinatos y reírse mientras lo cuenta”, narra uno de los vecinos reunidos afuera de una tienda.
Para muchos de ellos el simple hecho de haber nacido en ese lugar los convierte en pandilleros. Los coloca en posición de rivales de personas que ni siquiera conocen.
“El adolescente es el que corre más peligro. Mi hijo no podría irse a buscar novia por allá [señala detrás de la barda]. Hay noviazgos que son fugaces. Corren el peligro. Son acechados. Cuando te digo que estoy bien es que no oigo, no veo, ni hablo. Hemos visto casos donde levantan gente, pero no puedes hacer nada”, cuenta Raúl.
Los peores años de violencia en el país centroamericano parece que ya pasaron. En 2011, según datos de la Secretaría de Seguridad Pública Nacional de Honduras, por cada 100 mil habitantes había 86.47 homicidios, el dato convirtió ese año en el más violento. Después de ese tiempo, cayó poco a poco la violencia hasta llegar a 2016, con una tasa de 59 homicidios por cada 100 mil habitantes. Dos de las 10 ciudades más peligrosas del mundo están en Honduras: San Pedro Sula y Distrito Central.
En 2016 hubo 5 mil 154 asesinatos, de los cuales 624 fueron estudiantes de secundaria. En ese mismo año, 300 maestros pidieron cambio de escuela por amenazas de niños pandilleros. Les hacen llegar notas pidiendo que los pasen de año o mejorar calificaciones, de no hacerlo él y su familia serán amenazados. En lo que va del año, 33 niños han sido asesinados.
Los desplazados
En 2015, el gobierno de Honduras dio a conocer mediante la Comisión Interinstitucional para la Protección de Personas Desplazadas por la Violencia (CIPPDV) que al menos 174 mil personas habían sido desplazadas de sus lugares de origen por la violencia.
Al cierre de 2016 había 35 mil solicitudes de refugio de hondureños pendientes en distintos países. De 2013 a la fecha, 8 mil 271 hondureños han solicitado refugio en México; sólo 23% de ellos lograron su objetivo.
Mientras que en ese mismo periodo, 321 niños no acompañados hondureños han llegado a territorio mexicano pidiendo refugio y sólo una tercera parte de ellos logró que le otorgaran el estatus de refugiado.
Al año, la población de Honduras paga 200 millones de dólares en extorsión, según la Fuerza Nacional Antiextorsión. La tasa de seguridad, impuesto aplicado desde 2013, tiene disponibles 600 millones de dólares para la seguridad de los ciudadanos. En 2015 se gastaron más de 200 millones de dólares en seguridad privada. Eso quiere decir que la sociedad hondureña gasta al año casi mil millones de dólares en su seguridad y no ve buenos resultados.
“En Honduras hay poco menos de 4 millones de niños y niñas, de un total de 8.7 millones de habitantes. Sin embargo, 1.3 millones de niños que deberían estar en la escuela no asisten a centros escolares; 23 de cada 100 niños presentan desnutrición; 25 de cada 100 adolescentes están embarazadas”, dice José Guadalupe Ruelas, director de Casa Alianza en Honduras.
La situación ha provocado que niños y niñas no sólo no encuentren oportunidades de desarrollo personal y de protección, sino que se sientan también en la más completa indefensión. El núcleo familiar comunitario no tiene posibilidad de protegerles. Hoy en Honduras hay más niños fuera del país que en las calles.
“El nivel de desprotección se ha ido profundizando. Hoy tenemos alrededor de unos 15 mil niños viviendo en las calles en Tegucigalpa y San Pedro Sula, y cada año se van más de 20 mil del país, huyendo de la pesadilla de Honduras”, describe Ruelas.
Las cifras de educación en el país centroamericano hablan por sí solas. El Sistema de Indicadores Estadísticos Educativos indica que 98.8% de los niños de entre 6 y 11 años va a la escuela, pero después de eso, sólo 48% asiste a la secundaria, y a preparatoria sólo 25% de los menores entre 15 y 17 años.
“Tenemos un serio problema con las pandillas. Tanto que ni siquiera sabemos cuántas son. Según la Secretaría de Seguridad, son 30 mil; según UNICEF y el Programa de Prevención de Pandillas, son 4 mil 728. ¿Cómo sacas una media entre las cifras?
“Vivimos de creencias, percepciones. Entonces el gobierno dice que el año pasado los homicidios bajaron 30%, pero también dice que en 2016, en todo Tegucigalpa, sólo hubo un asalto en autobús y robaron únicamente a cuatro personas. Con esas cifras oficiales, ¿cómo justificas un esquema de seguridad?”, cuestiona el director de la casa-hogar.
“Me voy pa’ México, pa’l América”
Carlos es uno de los niños deportados que buscan seguir su vida en Casa Alianza. Ha cruzado a México seis veces en los últimos tres de sus 16 años de vida. La primera lo hizo con su hermana, luego de que su madre muriera de VIH. En ese viaje conoció México, se enamoró de él y decidió no acompañar a su hermana, quien ahora está en Boston.
Dos meses después de eso fue deportado por las autoridades de Migración. De ahí ha ido y regresado de México con el afán de jugar futbol en el club América. Enumera las ciudades que conoce: Tenosique, Tapachula, Veracruz, Monterrey, Tijuana, Guadalajara, Toluca, Puebla y “deefe”. “Uy, conozco más que tú”, sonríe.
El célebre jugador argentino, Lionel Messi, es su jugador de futbol favorito, pero habla también de los mexicanos Carlos Vela, “El Chicharito” y Guillermo Ochoa.
Cuando explica la ruta de migración, lo hace con mucho detalle. Habla de Los Zetas, de La Bestia y de lo bello que es el “deefe”.
Describe su ruta migratoria: “De aquí [Tegucigalpa] para Puerto Cortés, mi departamento, me fui para la frontera, cruzo para Guatemala, de ahí me voy para Ruidosa, de ese lugar me voy para Santa Elena, de ahí cruzo.
¿Cuál frontera elige, la de Tenosique, Palenque? Yo me fui por Palenque. Después de Palenque estuve caminando como 12 horas”. En las últimas dos veces que ha cruzado cuenta que se ha llevado gente que no sabe la ruta, la primera vez fueron dos y luego cinco: “Yo me llevo a cualquiera que no conozca el camino, ¡sin cobrar, eh!”.
Dominando el balón con los pies cubiertos por unos calcetines, piensa en el día que renacerá. Habla sobre el balón y cómo lo arrastra con sus pies teniendo el control de su destino. “Yo acá me quedo un mes más y me voy pa’ México”.