Puebla, Pue.-
El sonido de los marros golpeando las paredes se escucha a los lejos. La cuadrilla de cinco albañiles arroja golpes sin parar contra la estructura de adobe y concreto; el polvo se levanta por todos lados.
Juan Carlos Gonzales Cortés es el maestro albañil, conocido como “El Charro”, quien dirige la demolición al lado del “Poncho”, “La Rubia”, “El Chinando” y Eliu, los trabajadores de la construcción que poco a poco van derruyendo paredes y techos.
“Llevamos cuatro días demoliendo… se siente gacho por el pueblo, porque medio pueblo quedó devastado”, relata en medio de la vivienda afectadas severamente por el sismo del 19 de septiembre en este municipio poblano de Chietla.
Son de San Miguel La Toma, una colonia de la periferia de municipio, pero hoy yacen en el Centro Histórico derribando una de las dos mil casas habitación con daños; fueron contratados por el dueño para acabar con su patrimonio: al mal tiempo darle buena cara, les dijo.
El último corte del censo oficial elaborado por los tres órdenes de gobierno en los 112 municipios con declaratoria de desastre, se dio la escalofriante cifra de 21 mil 929 casas con algún tipo de daños, de las cuales tres mil 319 era total.
Chietla, con sus dos mil casas habitación fracturadas, ocupa uno de los primeros
lugares con afectaciones y, por supuesto, con historias de dolor, sufrimiento, pero también de esperanza, porque sí, es cierto, perdieron sus posesiones materiales, pero no la vida.
“El Charro” aceptó el pago de 200 pesos diarios, cuando regularmente cobra 400 por dirigir este tipo de trabajos, pero –aclara- es momento de ayudarse mutuamente, sobre todo, “porque como chingados no duele… nos afecta a todos, se siente gacho”.
Se enoja y dice que eso de dar 120 mil pesos para la reconstrucción de casas que
ofreció el gobierno es insuficiente, por lo que es tiempo de ayudarse, derruir lo afectado y reconstruirse desde las cenizas.
Y lo mejor es que lo hace con una sonrisa contagiosa, al lado de Rubén, un chavo de piel morena que se ganó el mote de “La Rubia” porque un día se le ocurrió pintarse el pelo de “güero”; de Fernando, a quien su hermano menor sólo atinaba llamarlo
“Chinando”; de Alfonso, cuyo apodo natural es el “El Poncho”; y de Eliu quien jura y perjura que carece de sobrenombre, pero todos ríen al escucharlo y aprietan los labios para no delatarlo.