Ciudad de México.-
Stephen William Hawking fue un renombrado físico teórico, cosmólogo, astrofísico y divulgador de ciencia británico, conocido por plantear las más importantes teorías sobre los agujeros negros.
A los 21 años mientras estudiaba en la Universidad de Oxford se cayó durante una sesión de patinaje y posteriormente fue diagnosticado con esclerosis lateral, una enfermera degenerativa motoneuronal.
Contrajo nupcias en dos ocasiones, la primera en 1965 con Jane Wayline con quien tuvo tres hijos y luego en 1990 con su enfermera Elaine Mason. También fue miembro de la Royal Society y profesor de física gravitacional en Cambridge.
Escribió varios libros como “Agujeros negros y pequeños universos” (1994), “El universo en una cáscara de nuez” (2002) y “El gran diseño” (2010).
Hawking escribió de manera tan lúcida sobre los misterios del espacio, el tiempo y los agujeros negros, que su libro “Breve Historia del Tiempo”, se volvió un éxito de ventas a nivel internacional, convirtiéndolo en una de las mayores celebridades del mundo científico desde Albert Einstein.
Como estudiante de posgrado en 1963, se enteró de que tenía esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad de desgaste neuromuscular también conocida como enfermedad de Lou Gehrig. Le dieron solo unos pocos años para vivir, pero él superó por mucho la esperanza de vida que le dieron los médicos.
La enfermedad redujo tanto su control corporal que sólo podía doblar un dedo y mover los ojos, pero dejó intactas sus facultades mentales.
Luego pasó a convertirse en el líder de su generación en la exploración de la gravedad y las propiedades de los agujeros negros, pozos gravitacionales sin fondo tan profundos y densos que ni siquiera la luz puede escapar de ellos.
Ese trabajo condujo a un punto de inflexión en la historia de la física moderna, que ocurrió en los últimos meses de 1973 cuando Hawking se propuso aplicar la teoría cuántica, las extrañas leyes que rigen la realidad subatómica, a los agujeros negros. En un largo y revolucionario cálculo, Hawking descubrió para su desconcierto que los agujeros negros, esos íconos mitológicos de la fatalidad cósmica, no eran realmente negros. De hecho, descubrió que eventualmente se evaporarían, filtrando radiación y partículas, y finalmente explotarían y desaparecerían a lo largo de los eones.
Al principio, nadie, incluido Hawking creyó del todo que partículas podrían salir de un agujero negro. “No los estaba buscando en absoluto. Simplemente tropecé con ellos”, recordó en una entrevista en 1978.
Ese cálculo, publicada en 1974 en la revista Nature bajo el título “¿Explosiones de agujeros negros?”, es hoy señalado en el mundo científico como el primer gran hito en la lucha por encontrar una sola teoría de la naturaleza: conectar la gravedad y la mecánica cuántica, el estudio de lo grande y lo pequeño, para explicar un universo que parece más extraño de lo que nadie había pensado.
La fórmula de la radiación de Hawking, como se lo conoce al texto que aglomera su gran legado científico, pareció dar vuelta a la idea sobre los agujeros negros. Los transformó de destructores en creadores, o al menos en recicladores, y arrebató el sueño de una teoría final en una nueva y extraña dirección.
“Puedes preguntar qué le sucederá a alguien que salta a un agujero negro. Ciertamente no creo que vaya a sobrevivir. Por otro lado, si enviamos a alguien a saltar a un agujero negro, ni él ni sus átomos constituyentes volverán, pero su energía de masa volverá. Tal vez eso se aplica a todo el universo”, dijo el Hawking en una entrevista en 1978.
En 2002, el físico británico pidió que la “fórmula de la radiación de Hawking”, que marcó su legado científico, fuera grabada en su lápida.