Ganó Andrés Manuel López Obrador, cayeron los candidatos y la candidata que se supone le enfrentarían en igualdad de circunstancias. No era así desde el principio, si se considera que el dirigente de Morena, lleva 18 años “picando” piedra para lograr el objetivo de sentarse en la silla presidencial.
En 18 años México vió pasar dos administraciones panistas y vió el regreso del PRI a Los Pinos y el arribo de una supuesta izquierda mexicana. La población constató que quienes están dedicados a vivir dentro de los presupuestos partidarios no aprendieron la lección.
También aprendió a que uno de los mismos se distanció de la manada y siguió su propio derrotero, se separó de todos, menos del dinero que proviene de las arcas oficiales, fundó su propio partido y se alzó con la victoria el domingo primero de julio.
Ahora sigue, como él mismo dijo en sus discursos, empezar a trabajar en la consecución del cumplimiento de las promesas hechas, “no les voy a fallar”, así se leía en una pantalla atrás de él, instalada en el hotel Hilton de la Ciudad de México, frase que él repitió varias veces.
El ritual fue distinto a como lo habíamos visto en las últimas décadas, ahora se volvió a ver algo que en este país había dejado de ocurrir, que los mandatarios se expusieran a la gente sin guaruras.
Andrés Manuel estuvo rodeado de gente común que llegó espontáneamente a saludarlo mientras recorría desde su casa de campaña la distancia a la alameda central y luego en el zócalo frente a Palacio Nacional.
Lejos están aquellas imágenes en las que el presidente en turno se paseaba en un automóvil descapotable, todo ese ritual se lo llevó la inseguridad que creció exponencialmente a lo largo y ancho del país, pareciera que el domingo por la noche volvimos décadas atrás.
Dice Andrés Manuel que empieza este martes a trabajar en la transición, con la visita a Palacio Nacional a quien será su antecesor en unos meses.
Hará gira por el país para agradecer el apoyo, y pondrá a su equipo a trabajar a la de ya para recibir la administración de manera oficial el primero de diciembre.
En su discurso asegura que habrá tolerancia cero, que el buen juez por su casa empieza y que no admitirá que se cometan actos de corrupción ni en su equipo de trabajo, ni en su familia. Veremos.
Pero antes de concluir quisiera narrar una vivencia cuando acudí a votar a mi casilla en Ciudad Victoria, por lo pronto me encontré con la novedad de que la habían cambiado de sitio y ni siquiera colocaron un aviso a la entrada del jardín de niños para informar a los ciudadanos.
En esa circunstancia estaban los miembros de una familia joven a quienes ayudé a ubicar la casilla mediante la aplicación en el teléfono celular y nos fuimos todos caminando a la escuela secundaria distante varias cuadras.
Mientras caminábamos, le dice el esposo a su esposa, “te quedas con tu amiga, mientras yo me voy a votar a mi casilla”, tenía que tomar un camión para llegar a otro sitio, ella le contesta que sí, para no gastar más que lo de un pasaje.
En ese simple hecho se encuentra la respuesta al más del 62 por ciento del padrón electoral que el domingo primero de julio salimos a votar, las familias mexicanas se han empobrecido con las administraciones panistas y priistas.
Esa es la razón de que la afluencia a las casillas superara la elección del 2000 cuando la gente que votó por Vicente Fox, quien le quedó a deber a la población y se gastó en pitos y flautas el sobreprecio del petróleo.
Hoy México se encuentra otra vez donde estaba aquel año 2000, con la esperanza puesta en un hombre quien dice que eliminará la corrupción de la que deriva la pobreza y la inseguridad y la violencia.
Y de pronto, ¿ya no seremos corruptos?
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