Los acontecimientos recientemente ocurridos en nuestro país nos hablan de una nueva manera de vernos y ver la democracia. Lo que se puso sobre la mesa fue claro: no más derecha, no más centro (con todo lo que estas expresiones abstractas impliquen), y sí a la izquierda (también con lo que esto quiera decir), pues la voz del pueblo (o de la “mayoría”) fue clara en términos relativos, ya que si bien más del 50 por ciento de los votantes lo hicieron por AMLO y lo que éste representa, no resulta (en términos reales) más del 30 porciento de la población. Es decir, aún hay muchos que no están conformes con su elección y su propuesta.
El pluralismo nos lleva a afirmar que no hay verdades (mas allá del relativismo que afirma que no hay verdades absolutas). Para el pluralismo, insistimos, no hay verdades y todo entra en el ámbito de la validez: es válido querer casarse, pero es igual de válido quererlo hacer con una persona de mi mismo sexo; es válido querer tener dominio de mi cuerpo (porque es mío) y, por lo tanto, es igualmente válido abortar (aunque no entienda bien a bien si “aquello que está en mi cuerpo” soy yo o es parte de éste). Es válido, pues, casi cualquier cosa y como consecuencia puedo hacer prácticamente todo lo que se me venga en gana, pues soy libre.
En democracia, lo que diga la mayoría eso aplica. En pluralismo, lo que yo juzgue como viable es válido, siempre y cuando no transgreda esa línea sutil, pero existente del “derecho de los demás” (que tampoco queda nada claro).
Estamos ante el reto de la validez de lo que diga la mayoría. Puedo matar, pero no fumar. Puedo pelear por mi derecho a disentir, pero no de todo y contra todo, porque me convierto o en un conservador recalcitrante o en un irreverente soñador empedernido que nada en concreto anhela.
Estamos ante el reto de preguntarnos por lo que realmente sucede, lo qué pasa ahí afuera (que se llama mundo, realidad y verdad) pero que nos da miedo afrontar, pues no vaya a ser que nos comprometa demasiado. Estamos ante la disyuntiva de tolerarlo todo, porque “así debe de ser” pero sin entender absolutamente nada. Estamos ante la validez de lo que diga la mayoría sin tener claridad de quién es ésta.
Pluralismo y democracia ahora forman las dos caras de la misma moneda de la convivencia humana (toda) y nacional (mexicana). Combinación nueva, pues al menos cuando estábamos ante el relativismo podríamos, a decir de Voltaire, estar hasta la muerte en contra de lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo. Ahora, ya no hay nada que defender, pues no hay nada que atacar. El principio de no contradicción se ha roto, éste que afirma que una cosa no puede ser y no ser una cosa al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias. Puedo afirmarlo todo y negarlo todo. Estamos en el ámbito de la opinión: todo es opinable y, de ahí, puedo cambiar de opinión sin problema alguno, pues es de sabios.
Los próximos meses estaremos expectantes ante los cambios que nuestra decisión (o de la mayoría) implica. Los próximos seis años se convertirán en un muy buen momento para descubrir si el cambio es real o fue sólo pantomima. Los próximos seis años nos harán ver si aquel experimento, ya sucedido en algunos países: Inglaterra, España, Brasil, Perú, tendrá éxito o no.
Las esperanzas son altas. La apuesta ya se hizo y ganó un lado de la moneda. Ahora lo que toca es estar atentos y calificar, juzgar y determinar si la decisión tomada fue acertada o, más bien, si tendremos que aplicar la premisa citada aquí mismo… es de sabios cambiar de opinión. Total, ante este pluralismo que vivimos lo que importa es que fue válida (no buena, ni mala) nuestra elección.
En democracia, dicen los expertos, es el pueblo el que manda.
Estaremos atentos.