El sábado 3 de agosto de 2019 ha quedado en la memoria colectiva del mundo como uno de los días más tristes y conmovedores, por el crimen de odio que causó enorme dolor a muchas familias, cuyos seres amados fueron víctimas de las balas salidas del rifle de Patrick Crusius, un fanático supremacista que enloqueció en un repleto centro comercial de El Paso, Texas.
No hay duda de que la conducta del joven que viajó por carretera diez horas desde un poblado cercano a Dallas, Texas, fue activada por el linchamiento mediático al que ha sometido Donald Trump a los hispanos y otros extranjeros que han llegado a vivir a los Estados Unidos. Aún rebotan en el cerebro de los destinatarios las primeras frases utilizadas a inicios de su campaña política en busca de votos para llegar a ser presidente de los Estados Unidos. Y no han dejado de ser como dardos punzantes ahora que desea la reelección, en medio de los aplausos y apoyo de los sectores más racistas que lo apoyan a rabiar.
Inclusive, en el colmo de sus arrebatos xenófobos, basados en el plan de “Hacer a América blanca de nuevo”, les ha llegado a decir públicamente en julio de 2019 a cuatro congresistas de diferentes razas pero nacidas en la Unión Americana que “regresen a sus países” y que no vengan a decirle al país más poderoso cómo debe gobernarse. Así es que no debe extrañarnos que la afrenta endilgada en 2015 a México “por estar saqueando a Estados Unidos y por enviar drogas y violadores a través de la frontera” vaya in crescendo y la acompañe ahora prepotentemente con dañar la economía doméstica de su vecino con la aplicación de aranceles o impuestos especiales a algunos de nuestros productos.
Sin embargo, la masacre de El Paso, Texas debe hacer reflexionar al presidente López Obrador, mucho más que darle ocasión de enviar sentidas condolencias a las familias de nuestros paisanos afectados por el loco de Patrick Crusius. La razón es que él también se ha dedicado a provocar oficialmente la división entre los fifís y los chairos, producto de su descalificación artera a todo aquel que no piensa como él o que se merece el calificativo de conservador y mal mexicano por no apoyar su proyecto político y lo que él llama la cuarta transformación. Ello a pesar de que “el pueblo bueno” no siempre responde a sus deseos de no dar pie a lo mismo que viene combatiendo a través de sus palabras.
AMLO ha de tomar en cuenta el poder que le asiste en el linchamiento mediático contra sus adversarios. Primero por la investidura presidencial que de por sí es una ventaja enorme, y segundo por el eco multiplicador de sus declaraciones que son replicadas no solamente por seguidores a través de sus plataformas, sino inclusive por la televisión comercial, la radio y la prensa tradicional al justificar su procedencia de una personalidad oficial. Nadie tiene a su servicio una caja de resonancias como la que sabe que tiene a su disposición el político tabasqueño, quien cuenta, además, con el concurso de los gobernadores lambiscones y legisladores tanto de su partido como de otras siglas y denominaciones.
Así es que su responsabilidad es enorme a la hora de lanzar epítetos y provocar bullying contra sus opositores. No vaya a ser que de pronto un fanático entre sus seguidores, o una turba empoderada, sienta alivio de manifestarle su adhesión con actos vandálicos, cuando menos, o, en el peor de los casos, delitos contra los periodistas y medios defenestrados por él, como presidente de México. Es que no se sabe cuánto crezca ese distanciamiento que alimenta su postura cada mañana y no tenemos ni idea cómo pueda enrarecerse la conducta de las multitudes si algún día llegara a suscitarse una crisis que haga estallar los ánimos de los más insensatos.
Más vale prever que lamentar. Y más vale hacerle caso a la lección de Patrick Crusius. ¿Qué nos cuesta comportarnos con el debido respeto a las diferencias, y replicar lo que que haya que replicar pero sin el sello del odio? La democracia así lo aconseja, para no perder el camino de la civilización. No más divisionismo entre los mismos mexicanos ni más linchamiento mediático oficial. Mejor privilegiar el sano debate y el diálogo, diálogo y más diálogo como debe ser.