Estimables lectores, primero quiero agradecer esta invitación a participar como editorialista a mi buen amigo Heriberto Deándar Robinson.
En esta vida es importante dar tributo a aquellas personas que han edificado, que han construido y dado valor a la sociedad en su conjunto. Darles tributo demuestra lo que nosotros valoramos como sociedad.
La persona a quien me refiero hoy es mi gran amigo Ángel Tito Rodríguez Saldívar, a quien admiré mucho.
Tito fue una persona extraordinaria, con defectos como todos pero con virtudes en abundancia, con gran sensibilidad humana y exquisito sentido del humor. Su pasión fue construir y edificar valores para todos.
Como padre de familia vemos los resultados: una familia unida, educada, sencilla, muy humana y llena de gozo; con unos hijos que estoy seguro a todos nosotros nos gustaría tenerlos como los nuestros. Fue un gran esposo a lado de doña Cristina, y fueron felices a lo largo de más de 30 años.
Me adentré en la vida de don Tito cuando fui director de Desarrollo Industrial. Ahí lo llegué a conocer más personalmente.
Conocí de cerca cómo se manejaba con los industriales y su representantes, en donde con cordura manejaba la negociación y conciliación. Buscaba lo mejor para conservar las fuentes de empleos que necesitamos y necesitaremos en el futuro, siempre con un objetivo: el bien común.
Dentro del ambiente empresarial era muy bien recibido y era factor de la estabilidad laboral; por los trabajadores fue muy querido y se enojaba por cómo la ciudad, con las inundaciones y demás, afectaban sus intereses.
Don Tito fue un hombre de hechos y nunca quiso decir lo que iba a hacer. Te llamaba sólo cuando iba a inaugurar su obra, así lo hizo con el edificio en donde se encuentra el sindicato. Obra que alberga un salón de eventos, un auditorio, cocina y sala de conferencia, entre otras comodidades. Ahí don Tito marcó su visión, le puso su sello de lo que representaba ser un hombre de servicio.
Estaba bien enterado del centro deportivo que estaba construyendo, pero hasta después de su muerte supe que también estaba planeando un centro de capacitación. Ese era Don Tito, sencillo y de hechos.
Como resultado de su gestión sindical fue invitado a varias ciudades a exponer su modelo de sindicato, sindicato que certificó sus procesos y la responsabilidad social; además manejaba la contabilidad del sindicato abierta para todos.
En lo político don Tito fue un hombre prudente, jamás quiso criticar a las personas como tales, prefería hacer comentarios propositivos.
“Lo hecho hecho está”, decía, “la pregunta es como lo mejoramos”.
El tiempo le reconoció su valía y arrebató a panista la curul que tenían en el Congreso. Desde ahí estaba trabajando en adecuaciones a las leyes para ordenar el desarrollo urbano y evitar las calamidades de las cuales son objetos los trabajadores en sus casas cuando se inundan por no tener drenaje pluvial, por no tener escuelas, etcétera.
Era firme creyente que el desarrollo económico debía contribuir al crecimiento de la ciudad de forma harmónica y balanceada, y que sólo necesitábamos adecuar los sistemas legales que le dieran dirección y sustentabilidad.
Don Tito fue, pero al mismo tiempo sigue siendo, un ejemplo de lo que México necesita de sus líderes sindicales: que inspiren confianza, que sean motivo de orgullo y factor imprescindible para mejorar la calidad de vidas de todos los mexicanos.
El autor del artículo es empresario del Norte de Tamaulipas
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