No me explico por qué tantos consideran al legendario rey hebreo Salomón como epítome de sabio por un juicio de patria potestad. Lo de rebanar a un niño en dos me suena más bien a una solución desesperada para una discusión fastidiosa. Además, aunque dicen que era insultantemente rico, ningún gobernante sabio se atrevería a tener 700 esposas y 300 concubinas. Porque será muy legendario como monarca, pero personajes como el mongol Gengis Kan, el chino Giocanga, y el irlandés Niall, pueden demostrar su fertilidad con menos esposas y con millones de descendientes actuales.
Es más, tampoco creo tanto en la sabiduría, ni como acopio de conocimientos ni como sensatez en acciones. Todos nos resbalamos con nuestra impaciencia. Es infinitamente más sencillo y agradable ser un necio. Por eso nunca he confiado demasiado en la sabia probidad de jueces y magistrados, desde el humilde juez de barrio, hasta la suprema magistratura judicial, donde eso de “suprema” me parece más insolencia de un indicador de calidad.
Hace algunos años, por motivos de trabajo, me fumé, sin filtro, varias sesiones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Tenía un diccionario técnico a la mano, porque la jerigonza legal me amedrentaba. Al final me di cuenta que no son los términos los que hacen apantallantes las “sabias” discusiones tribunalicias, sino la sintaxis. Y para eso no se necesita pericia en leyes sino habilidad para armar rompecabezas y un vocabulario más o menos amplio. Mucho rollo y conclusiones extraviadas entre referencias legales. Es más edificante oír a un predicador disparar citas bíblicas a discreción, con pelos, señas, libros, capítulos y versículos.
Aquella experiencia me mostró lo distante que están los jueces de la realidad ya no digamos en la calle, incluso a un paso más allá de la puerta de su augusta sala. Y frente a eso, me extraña mucho que, durante años, lustros, décadas, siglos, milenios, se consideró que los jueces son el verbo encarnado de la Justicia. Verbo encarnado sí, pero de las leyes, que no son sinónimo de Justicia, y como instrumentos de ella tienen filos bastante amellados.
Por esa razón no me escandalizó en lo más mínimo la solicitud del presidente López de espulgar el dictamen de un juez que le suspendió su reforma eléctrica, y dado que otro juez ya hizo lo mismo, y que otros podrían solidarizarse repartiendo amparos con generosidad, el Presidente debería hacer un machote de esa carta, e imprimir por kilos en mimeógrafo. Se le van a ofrecer. No porque los jueces no tengan razón o porque el Presidente la tenga, sino porque este Plan B contra la reforma eléctrica estaba más que cantado.
Recuerdo con nostalgia el entusiasmo que generó la reforma energética en tiempos de Enrique Peña Nieto. Los partidos políticos coludi… ¡unidos!, por el bien de México. La promesa era que los precios y tarifas energéticas ya no iban a subir. La realidad fue que gasolinas, gas y electricidad, siguieron siendo caras y a veces impagables para usuarios domésticos. Supongo que no fue así para los empresarios, ya que con tanto ardor y recursos defienden esa reforma. Esas energías “limpias” que tanto proclaman, también han limpiado la cartera de usuarios domésticos y pequeños empresarios.
No defiendo la nueva reforma, que en realidad es una reforma de la otra reforma; repudio, y mucho, la otra reforma, sobre todo cuando veo que mi triste licuadora pone a girar el disco del medidor de CFE como un viejo disco de pasta de 78 RPM. Y la vertiginosa canción que adivino no es agradable. Las decisiones favorables de los jueces alrededor de la reforma de EPN, y las recientes, negativas, sobre la reforma de AMLO (odio este acrónimo, despersonaliza; el otro no, no hay nada qué personalizar), me confirman que, sea o no adecuada la reforma del presidente López, los jueces toman decisiones a partir de leyes, pero cuando esas leyes ya han afectado y amenazan con afectar más la economía de millones otorgando beneficios a un puñado de particulares, las leyes son injustas, por lo tanto incompatibles con el espíritu de la propia ley. Y si el juez ignora su experiencia y la experiencia de millones para imponer su interpretación rígida de una ley, entonces sabio, lo que se dice sabio, no es, porque la sabiduría implica la experiencia. Sospechosamente parcial, sí lo es.
No puedo asegurar que la reforma de López sea la mejor opción. La de EPN no lo fue, ni lo es, ni lo será; no lo digo yo, lo dice mi bolsillo y los raídos bolsillos de millones de mexicanos. Me atengo a la experiencia, no a la ley; me limito a comparar los argumentos que se usaron para “vendernos” aquella reforma con sus resultados. Y esos resultados no favorecen ni a los ciudadanos, ni a la fortaleza económica de la federación, sino al contrario.
Pero estas consideraciones son mínimas frente a lo que parece evidenciar al Poder Judicial como un baluarte de intereses empresariales. Y ahora hasta políticos justifican esos amparos, cuando todos sabemos que la Ley de Amparo en México ha sido también un baluarte para la impunidad tanto de criminales como de políticos corruptos. ¡De nuevo los jueces y su impecable “sabiduría”! Y así, de la misma manera, las leyes son el baluarte de los jueces y magistrados. Un limbo salomónico que los mantuvo lejos de los zipizapes políticos y fuera de foco para los ciudadanos. Los perfectos francotiradores. Con la ventaja de que sólo pueden ser juzgados por otros jueces, y bajo las mismas leyes que los blindan y que interpretan a placer. Podrán no ser sabios, como dizque Salomón, pero astutos sí son y, hasta ahora al menos, intocable.