México, D.F. / Oct. 27
El tipo se acercó sin importar la pegajosa marca del policía. Ofreció boletos. Era una familia de cuatro. Pagaron dos mil pesos por las entradas que normalmente comprarían en mil 400. Vieron el juego desde la zona de preferente y son de las Águilas.
Es el otro clásico. Con la reventa en las narices de las autoridades. Tan cerca, que hasta parece que los uniformados ofrecerán una entrada. Con los precios más altos que de costumbre. A esos mil 400 sumarán lo que consumieron mientras esperaban que su equipo no saliera temeroso y al empate.
El desembolse inicia con 50 pesos para el estacionamiento. Hace hambre. De esos cuatro, cada uno se empacó tres tacos con su respectivo refresco. “60 pesos por cabeza más o menos joven”, confirma el administrador del changarro, quien se llena de billetes las bolsas del mandil. “Nos convienen estos partidos”.
Los pasillos del Azteca se han convertido en un río que combina los colores de la pasión más arraigada en el balompié mexicano.
“¡Chelas de a sesenta “bolas!” por vaso con medio litro. Hay quien junta los vasos como trofeos. Cuatro y eso porque cerca del final del encuentro las dejan de vender por seguridad: 240 pesos en cerveza, 480 en total.
Ahí no termina la cosa. Papas, cacahuates, cualquier antojito, refresco. Los precios van desde los 20 hasta los 45. En golosinas, el total ha sido de 200.
Lo entretenido que ha resultado el juego no da tiempo para pensar en lo que se está gastando. Se compra al mismo ritmo en que se dan las llegadas a los arcos de Águilas y Chivas. El vértigo del juego afecta lo mismo al balón que a las billeteras.
En la cuenta final, el grupo de cuatro se gastó dos mil 370 pesos. Fue el Clásico más caro de la historia, y todo para ver perder a su equipo.
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