Cuando Miguel Herrera gozaba las mieles de la fama como entrenador con Rayados, hace casi una década, hizo pronunciamientos peligrosos y reiterados: acusó a los árbitros de perjudicar a su equipo y de favorecer, entre otros, al América.
En aquella época, El Piojo comenzaba a gozar de una buena reputación que no tuvo como jugador. Cierto, fue un lateral fiero que, comprobado está, construyó su propio patíbulo y se ató el cáñamo en el pescuezo en aquella agresión de la eliminatoria del hexagonal previo al Mundial del 94.
Fue despedido del Tri por su propia culpa, y en los años que siguieron se la pasó echando pestes contra Miguel Mejía Barón. el entonces entrenador, por haberlo renunciado.
Demostraba, entonces, que era un mal perdedor, que no reconocía sus errores. Se le acabó la carrera a Miguel Ernesto Herrera Aguirre, aquella tarde.
Luego como entrenador de Rayados, como un DT flamboyante, daba siempre la nota por su pulcritud y sus maneras. Era, Miguel, un técnico en busca de un estilo.
Perdió dos finales con Rayados. Mordió el polvo en años consecutivos. El hígado se le retorcía de frustración, porque no conseguía obtener un título de liga en México, sin el cuál seguía siendo, como adiestrador, un don nadie, o un segundón, como todos los que no han levantado la copa.
Luego de La Pandilla tuvo pasos muy malos por Veracruz, al que descendió; Tecos, ya descendido; y Atlante, a punto de descender.
Una leyenda urbana sugiere que fue el animador de televisión conocido como El Burro Van Rankin, como la persona que le recomendó a Emilio Azcárraga Jean, el todo poderoso del futbol mexicano, que contratara a Herrera para el América.
Así lo hizo el dueño de Televisa, el año pasado. Y en este, Miguel se hizo campeón por una chiripa. Una espectacular voltereta del destino hizo que su equipo ganara. Fue un milagro único, en la historia del futbol mexicano.
Probablemente nunca se repita. Todos conocen el cuento de hadas de la palomita del arquero Moi Muñoz.
Pero esa marometa del destino hizo que se ciñera la corona. Así, de manera inexplicable, con esa carga de suerte que con frecuencia hace sorprendente al deporte, se coronó y su trayectoria dio un giro inesperado. Para cuando fue campeón, Herrera, actualmente de 45 años, ya había adquirido su propia temperatura como profesional del banquillo.
Ya no era el tipo impulsivo que lloraba las derrotas culpando a sus rivales, al árbitro, a la humedad de la atmósfera. Cuando se hizo entrenador de las Águilas ya se había tomado en serio la carrera. Pero no ha demostrado, hasta ahora, ninguna cualidad superlativa.
Por lo menos cinco entrenadores en la baraja nacional tienen más méritos que él, incluyendo al Chepo de la Torre, Luis Fernando Tena y Víctor Manuel Vucetich.
Ahora es entrenador de la Selección Mexicana de futbol y ya no se queja de que los árbitros ayudan al América.
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