México, D.F.-
Para concluir algunos de los magníficos comentarios de Mario Vargas Llosa sobre las corridas de toros -tiene muchísimos- incluimos el siguiente:
“Nadie puede negar que las corridas de toros sea una fiesta cruel.
Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas. Quienes quieren prohibir la tauromaquia, en muchos casos, y es ahora el de Cataluña, suelen hacerlo por razones que tienen que ver más con la ideología y la política que con el amor a los animales. Si amaran de veras al toro bravo, al toro de lidia, no pretenderían prohibir los toros, pues la prohibición de la fiesta significaría, pura y simplemente, su desaparición.”
Hasta aquí Vargas Llosa. Hace unos días me desperté en el amanecer -con frecuencia me sucede, leo una hora, y me vuelvo a dormir-. Esa hora maravillosa cuando las piquetas de los gallos cantan cavando la aurora. Sé que no es una hora muy taurina; Cagancho decía que trabajo que no da para empezar a las doce del día, no era buen trabajo. Generalmente, leo algún libro sobre toros, que me relaja y me divierte. En esta ocasión -quizá motivado por estas crónicas que realizo-, me puse a hacer una pequeña lista de los libros que deberían leer los taurinos, pero más quienes se resisten a asistir a una corrida.
Quizá por ahí empezaran a entender la rica cultura taurina y artística que hemos heredado. Empezaría por la poesía: la de García Lorca (“El llanto por Sánchez Mejías”, es el mayor poema elegiaco español desde Manrique), Gerardo Diego, Manuel Machado, Alberti, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre. Pero también algunas novelas y crónicas: “El torero Caracho”, de Gómez de la Serna, “Fiesta”, de Hemingway, “Más cornadas da el hambre” de Luis Spota. En crónicas hay una rica variedad: las de Juan Pellicer, Bohórquez, el tío Carlos -que tanto gustan a Jacobo Zabludovsky, que sabe del tema-, Carlos León, Renato Leduc, Cossío, Gregorio Corrochano, Cañabate. En fin, el tema es vasto y casi inagotable, y esto aparte de la pintura y de la música. Como me decía un amigo: “Podrán prohibirnos las corridas, pero a ver quién se atreve a meterse con la cultura taurina”.
TOROS DE LOS DE ANTES
Para los aficionados de antes y yo ya, ni modo, pertenezco a ellos, en la fiesta no hay nada como ver salir una verdadera corrida de toros, brava y con dificultades. Recordamos faenas inmemoriales con toros de esas condiciones, muy especialmente las de Carlos Arruza en los años cincuenta. Por desgracia, sólo alcancé a ver a Armillita en su reaparición en la Plaza México, en la que ya era una caricatura. Pero me han dicho que nadie ha podido con los toros difíciles como él. Y, bueno, en fechas recientes baste mencionar a Timbalero de Piedras Negras que traía la cabeza como una devanadora y al que Mariano Ramos le hizo una faena de antología.
Ayer en la Plaza México -con una muy pobre entrada- vimos toros de Marcos Garfias, efectivamente como los de antes. Aunque no con una bravura excepcional, sí con mucho sentido y un peligro sordo manifiesto. Toros no de malvavisco, como los que estamos acostumbrados a ver en el coso de Insurgentes, sino duros como una roca. Había que poderles y jugársela en cada muletazo.
OREJA PARA ALFREDO GUTIÉRREZ
Alfredo Gutiérrez nos recuerda a cada momento a su tío Jorge -gran figura del toreo- tanto por su planta, como siembra las plantas en la arena, como por su estilo y muy especialmente por su físico. Ayer hizo una faena de gran mérito en su segundo, Don Ramón, que de ninguna manera era una perita en dulce sino un membrillo áspero. Lo aguantó valientemente, jugándosela en cada pase, especialmente en sus derechazos, porque por el lado izquierdo el toro no tenía un pase. Se fue a los medios y ahí logró lo que parecía imposible: meter al toro en vereda y enardecer al público que, por supuesto, siempre valora lo que se le hace a un verdadero toro.
El juez, Gilberto Ruiz Torres, que, para variar, estaba en la higuera más que en el palco -en una ocasión reconoció que no le había dado una merecidísima oreja a Joselito Adame porque estaba distraído y no vi bien la faena, con esos jueces para qué queremos enemigos de la fiesta-, pasó al toro crudo, lo que complicó la lidia. Pero Alfredo Gutiérrez está en un gran momento y es un torero artista y valiente. En su primero no tuvo mayor oportunidad de lucimiento.
GARIBAY, ESFORZADO
Ignacio Garibay es un gran torero que se hubiera merecido otra suerte a la actual, en que apenas aparece por las plazas. Quizá, nadie torea en la actualidad mejor que él a la verónica, como lo demostró en su primer enemigo, El Gallo.
Literalmente se mece como si arrullara las embestidas del toro. Estuvo francamente bien con ese “gallo” que en verdad era de pelea. Con la muleta, un tanto más cuanto retrasada como acostumbra él, sacó agua de una piedra y dio excelentes derechazos. Por momentos, más que el toro al que consiguió dominar lo molestó el aire, ya sabemos, el peor enemigo de los toreros. El marrajo era totalmente carente de clase, la que en cambio puso Garibay en su trasteo. Mató al encuentro meritoriamente para deshacerse de un bicho que tenía más malas ideas que los dirigentes de la CNTE.
OREJAS AL REJONEADOR
Pero el gran triunfador de la tarde fue, sin lugar a dudas, el rejoneador Leonardo Hernández. Su primer toro -que parecía bravo y noble- se despitorró estrellándose contra un burladero. Su segundo, que salió en tercer término, Morris de Fernando de la Mora -ganadero que se ha pulido a últimas fechas mandando buenos encierros- le dio la oportunidad de mostrar todas sus cualidades. Nunca le tocó la grupa y templó como si toreara a pie. La cadencia fue su mayor atributo. Mató de una muy buena estocada y cortó dos orejas.
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