Cuando en el futbol un equipo pierde por un autogol y por un error del portero, empiezan las justificaciones para que el golpe duela menos, pero en el caso de la derrota de México en la final del Mundial Sub-17, no hay excusas que valgan; Nigeria fue infinitamente superior.
Aún así, con el subcampeonato en la bolsa en tierras árabes, los adolescentes tricolores deberán ser recibidos como verdaderos héroes, porque llegaron donde otras selecciones no pudieron, y deberán ser inspiración para los mayores cuando este miércoles 13 enfrenten a Nueva Zelanda en el primer juego de ida, de vida o muerte.
El equipo de Raúl el “potro” Gutiérrez hizo hasta donde pudo, y para ser honestos: pudo muy poco. Los africanos parecían verdaderas gacelas con tachones; aceleraban cuando querían y sacaban el pedal cuando veían que los aztecas batallaban para ofenderlos.
México fue un rival que poco peligro generó, si acaso una o dos veces el portero se esmeró para que su arco no fuera vulnerado. El resto del partido tuvo dos colores que nada tenían que ver con tintes nacionales: el verde y el blanco de Nigeria.
Si bien en otros deportes se recuerda siempre al campeón y casi nunca al perdedor, en el futbol es diferente. La FIFA lleva sus estadísticas, frías, pero los aficionados mexicanos jamás olvidarán que en los Emiratos Arabes Unidos la selección llegó a la final derrotando a potencias como Italia, Brasil y Argentina.
Terminado el Mundial Sub-17 ahora la atención estará centrada en el repechaje, cuando la mayor se mida el 13 y el 20 de noviembre a Nueva Zelanda, con la peor de las malas suertes que el juego de vuelta, el definitorio, será en tierras oceánicas.
¡Dios nos agarre confesados!
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