Nunca he sido fanático de la curia católica y aunque (y perdón por la referencia tan personal), puedo decir que estoy más cerca de esta religión que cualquier otra, no me considero un creyente demasiado activo.
Pero el motivo de esta reflexión va mucho más allá de mis creencias personales. Lo que me gustaría decir es que nunca antes me había fascinado tanto un personaje como Francisco, el Papa de origen argentino.
Para ser sincero, mi desinterés por los temas de El Vaticano persistió incluso durante años en los que el hoy (casi) Santo, Juan Pablo II, era el motor que movía a los fieles de esta religión en el mundo.
Pero debo decir que algo sucedió apenas supe de la llegada de Francisco al llamado trono de Pedro.
En verdad me llamó mucho la atención esa primera imagen del cardenal argentino vistiendo el blanco papal. Su cruz de plata (en lugar de la de oro) y sus zapatos negros, austeros (no los rojos, elaborados exclusivamente para los papas), fueron imágenes muy poderosas para mí.
Después comenzaron a conocerse las anécdotas que hicieron que Bergoglio comenzara a caerme muy bien (aunque no tenga el gusto de conocerlo personalmente).
Que haya pagado personalmente la cuenta del hotel donde se hospedaba, que haya rechazado los automóviles de lujo que le ofrecieron y que haya desterrado de El Vaticano a un arzobispo acusado de encubrir a sacerdotes pederastas, fueron detalles que me llamaron mucho la atención.
Sin embargo, lo que realmente me ha ganado, han sido la serie de mensajes que envió desde Brasil, en el marco de los trabajos de la Jornada Mundial de la Juventud.
Me parece formidable que Francisco le haya pedido a los jóvenes que “salgan a la calle y hagan ruido”, que reconozca que no puede haber paz sin justicia social, que exija a los Obispos a que dejen la comodidad de los templos y se acerquen a los fieles.
Es muy relevante que haya aceptado que “no es nadie” para juzgar las preferencias sexuales de una persona, o que haya reconocido que la Iglesia Católica necesita reevaluar la participación de la mujer en sus actividades eclesiales.
Durante décadas las principales críticas que se le han hecho a la religión más importante del mundo son los excesos en los que incurren sus dirigentes y su alejamiento de las necesidades de la sociedad actual.
Hoy tenemos a un Papa que ha enfrentado en apenas un par de meses a esas dos críticas.
Quizás los jerarcas católicos se dieron cuenta que la institución ya no podía soportar otra era de oscurantismo y cerrazón, y por eso decidieron ponerse en las manos de un jesuita latinoamericano.
Quién sabe qué hay en los planes de los que mandan en El Vaticano, lo que me importa es que por primera vez me he encontrado con un Papa a quien podría creerle.
Ojalá todo esto sea algo mucho más grande que una simple estrategia para sobrevivir.
diasdecombate@hotmail.com
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