El regreso presencial de aficionados a los deportes profesionales en México ha sido un bálsamo necesario para satisfacer nuevamente las necesidades humanas de afecto, entendimiento, participación, ocio e identidad que la pandemia le arrancó al mundo desde 2019.
Desafortunadamente, en el México de las soluciones a medias, ambiciones desmedidas y complicidades nefastas, poco o nada se esta haciendo para mitigar la violencia en los estadios, una extrema y equivocada manifestación colectiva de liberación de ansiedades acumuladas durante la emergencia sanitaria, que bien podría ser mitigada con un eficiente ejercicio de responsabilidad empresarial, fomentado desde un estado de avanzada como Nuevo León.
En esta tragedia colectiva, todos hemos sido afectados directa o indirectamente por el Covid-19. Al momento de redactar esta columna, México registraba 3.7 millones de contagios y 284 mil muertes directamente relacionadas con el virus. Nuevo León solamente contabilizaba 201 mil casos y 12,814 muertes directas desde el inicio de la pandemia.
A estas cifras dolorosas habrá que sumarle miles de muertes causadas por cirugías o tratamientos cancelados o pospuestos, falta de atención médica oportuna, desabasto de medicamentos y reasignación de personal e instalaciones médicas.
A lo largo de la pandemia, estudios científicos han alertado de los efectos en la salud mental que han dejado la cuarentena y la separación social. Los primeros afectados por la soledad fueron los adultos mayores, pero una vez que los contagios se extendieron a grupos de menor edad, los efectos nocivos del encierro como la inseguridad económica, el aislamiento social y el miedo al enfermarse rebasaron la tolerancia y como primera señal de alerta detonaron en un aumento importante en denuncias por violencia familiar ante la Fiscalía General de Justicia de Nuevo León y el incremento en el consumo de alcohol.
Gracias a la ciencia, la llamada “nueva normalidad” ha permitido que la comunidad vuelva a salir a las calles y a los estadios, que poco a poco han ido aumentando la capacidad de espectadores de acuerdo a las políticas públicas del momento, lo cual facilita que los graderíos se confirmen como una zona franca para liberar emociones, tal y como lo demostró un estudio elaborado en 2010 por investigadores de las universidades de Purdue y Minessota en los Estados Unidos, y Keimyung en Korea.
Una encuesta realizada entre miembros de la comunidad hispana en el medio oeste de los Estados Unidos reveló que las principales motivaciones sociológicas para observar deportes profesionales en vivo y por televisión son: el sentimiento de ver un partido de su equipo favorito, la liberación de stress y la oportunidad de estar con su familia.
Al considerar las circunstancias extraordinarias y la cantidad adicional de stress -y muy posible de duelo-, que miles de personas han acumulado durante la pandemia, hay una oportunidad especial de ir al estadio y sentirse arropados por otros hinchas para liberar emociones gritando el gol o el cuadrangular, silbando la falla o insultando al rival.
Hasta aquí, el beneficio del deporte profesional como catalizador de la sociedad que regresa a la convivencia es mas que claro y bienvenido. El problema es que hasta ahora la estrategia de las empresas que manejan los equipos ha sido la equivocada al no contar, el menos de forma evidente y pública, de acciones de las que se conocen como “socialmente responsables” que contribuyan a que el espectáculo no se convierta en tragedia, como casi ocurre en uno de los pasillos del estadio de beisbol Monterrey cuando una pelea entre borrachos pudo haber terminado con lesiones permanentes o incluso la muerte de uno de los involucrados, como se observa en un video viralizado en redes sociales.
Evidentemente el deporte profesional es un negocio, muy caro, que requiere de ingresos para recuperarse tras el cierre de instalaciones. Una de esas fuentes de recursos es la promoción y venta de bebidas alcohólicas -20 por ciento de todos los patrocinios deportivos a nivel global provienen de la industria del alcohol, indica un estudio elaborado por académicos franceses y australianos- y se entiende que su consumo se ha convertido en parte de la parafernalia social del asistir a los estadios; sin embargo, la combinación de elevados niveles de stress y el exceso de alcohol en un ambiente propicio de desinhibición social como lo es un evento deportivo se convierten en un riesgo de salud y seguridad pública.
Dicho de otra manera, la pandemia nos ha convertido en bombas de tiempo emocionales, que en condiciones adecuadas podemos estallar y afectar a quienes nos rodean, igual en la casa como en la tribuna.
¿Y entonces que hacer?
Primero, en un ejercicio de responsabilidad social, las empresas que manejan los equipos profesionales deben de modificar, aunque sea temporalmente, el fomento al consumo de alcohol en estadios mediante reducción de horarios, suspensión de promociones, venta de cerveza sin alcohol, capacitación de vendedores para identificar a personas intoxicadas y negarles el servicio, además de política de cero tolerancia a la violencia, dentro y en las afueras inmediatas de los estadios, así como campañas de educación y concientización social de las consecuencias del consumo excesivo de alcohol en el contexto de la pandemia.
Segundo, los gobiernos municipales y estatales deben de ser mas eficientes en los operativos de protección alrededor de eventos deportivos. La reacción, o falta de, de la policía en San Luis Potosí al final de dos partidos de futbol es indignante, tanto como los videos de la policía de San Nicolás atacando y aparentemente tratando de robar a un aficionado de Tigres al finalizar el juego contra Necaxa.
Una policía sin entrenamiento es tan mala como una policía sin interés en proteger a los aficionados. Además, la aplicación de multas severas a los equipos que no cumplan con las reglamentaciones, y castigos ejemplares a quienes abusen de su posición como servidores públicos deberían de ser la regla y no la excepción.
Tercero, como parte de las iniciativas gobierno-iniciativa privada que se realizan alrededor de los equipos deportivos, campañas de concientización sobre la “nueva normalidad” emocional que incluye la muerte de familiares o amigos, la convivencia permanente con los efectos físicos del Covid o el mantener las medidas sanitarias del momento podrían ser desarrolladas en conjunto para educar en solidaridad a los miles de hinchas que siguen alentando fielmente, aún en sus lamentaciones y duelos.
Hoy mas que nunca, la empatía, la solidaridad y el afecto se necesitan de todos, para todos y entre todos.
Si se puede.
@Najera13
Luis Horacio Nájera, periodista con 31 años de experiencia en coberturas deportivas y de investigación. Receptor de premios internacionales en Canadá y los Estados Unidos.