He visto de reojo, digamos en un lapso de 48 horas en redes sociales cuatro videos de riñas, al menos dos registradas en la zona metropolitana de Monterrey (una plaza comercial de Apodaca y otra en la presa Rodrigo Gómez, llamada de La Boca, en Santiago).
A decir verdad, estos episodios son comunes en muchas sociedades, y se “viralizan” casi en automático, dicen los que saben de temas digitales.
En efecto, por morbo, intriga, la búsqueda de ver quién empieza, quién “gana”, “quién pierde”, si es cierto que uno de los casos había mujeres, niños y todo el show, son garantía de que los videos se van a ver una y otra vez.
Los periódicos populares y policiacos casi desaparecen, pero las notas de barandilla y violencia hoy se despliegan en redes sociales con algunos detalles mediante los videos que captan testigos de los hechos.
Si a eso le agregamos que todavía hay reporteros que tienen chanza de reportear o al menos solicitar información oficial, pues podemos profundizar algo en las historias.
Veamos. En el caso ocurrido en Plaza Sendero La Fe (de mi querido Apodaca) no se requiere un peritaje, croquis, reconstrucción de hechos o análisis de la escena para concluir que se trate del agandalle de una mesa para compartir el pan y la sal, o los sagrados alimentos, como usted quiera llamarlo, por parte de un grupo de comensales en perjuicio de otro.
¿Cómo empezó el zafarrancho? ¿Lo iniciaron dos mujeres, una contra otra? ¿Luego intervinieron los “varones”? ¿Los que se postraron primero en la mesa tiene derecho sobre el otro que ya le había echado el ojo?
Creo que se pueden hacer decenas de preguntas, pero el punto es que el hecho en sí mismo es reprobable y el haber desatado la violencia ¡por una mesa para comer! es cuestión de falta de elemental educación de los protagonistas.
Entiendo que en el otro caso, en esa enorme cantina en que históricamente han convertido parte de la presa Rodrigo Gómez de Santiago, Nuevo León, la ingesta de alcohol transformó a los rijosos que se pusieron felones al armar la bronca campal.
En ambos casos se desata la violencia. Seguro unos pueden aparecer como provocadores, otros como gente que reacciona ante una agresión, con más agresión, todo con malos resultados.
Los psicólogos, criminólogos, incluso los sociólogos tienen aquí, en este tipo de comportamiento humano un buen tema a analizar. Mi opinión es como comunicólogo. En efecto, desde mi experiencia una efectiva comunicación hubiera bastado para evitar la bronca de Apodaca, pero el de La Presa no, pues entre pítimas no hay entendimiento.
Quizás en el de La Boca era mejor pasar por “miedoso” o “cobarde” que caer en las garras de los cobardes que requieren doblegar o aniquilar ante el miedo (a veces figurado o imaginado) de que ellos pueden ser victimizados. Algo complejo, sí, pero el consejo de los viejos reza que es mejor decir “aquí corrió que aquí murió”.
Quienes fuimos reporteros policiacos -y la banda del gremio no me dejará mentir- cubrimos decenas de chismes de vecindad, incluso de barrios “fifis”, que en el mejor de los casos acababan en golpes y heridas “que no tardaban más de 15 días en sanar”, pero en otros los que perdían iban al hospital o al panteón, y los que “ganaban” a la prisión.
Algunas veces dimos cuenta de hasta tres hermanos asesinados al discutir con otros vecinos por el agandalle del frente de su casa para estacionar vehículos, del gandalla de la cuadra que un día fue de plano asesinado porque “ya tenía” asolado a los vecinos, y de ricos (que también lloran) que se liaban a madrazos y se amenazaban de muerte por la disputa de herencias (tipo sí o no pendejo, sí o no…).
Ejemplos de esto están asentados en medios y archivos ministeriales y judiciales, como lo están en la memoria colectiva las broncas encarnizadas entre aquellos que presumen que su equipo les robó el cerebro y los que se dicen libres y lokos. Hinchas en la tierra donde el aparato de intereses trata de diseñar una vida de antagonismo con cerveza y carne asada.
Algunos especialistas en conducta humana apuntan que la violencia surge por la frustación, la impotencia y la incapacidad para enfrentar los problemas de una forma civilizada.
Una persona es civilizada por la educación que recibe principalmente en su hogar, ahí se mama y posteriormente se avanza en educación en la escuela.
Habrá quienes afirmen que el ser humano es violento por naturaleza, pero soy de la idea de que el comportamiento agresivo se aprende en casa o en el entorno.
Si el niño ve violencia en casa, creerá que eso es normal. Si la niña o el niño violento o agresivo de la guardería o la escuela le pegan a un niño (porque los hay) y la mamá le instruye que le regrese los golpes en vez de reportar el hecho ante la institución, pues estás creando un hijo violento.
Es decir, creo que para evitar que a la larga tengamos más seres humanos, hombres y mujeres tóxicos, ´vengadores´, abusivos, sociópatas, gandallas, inadaptados, incivilizados, uuuuleros, sin cerebro y ´lokos´, hay que atender bien el asunto de la educación en casa, en la familia y en la escuela.
Si de plano no se pueden controlar y se ponen verdes a la menor provocación, habría que acudir a la ayuda profesional, y si la cerveza o el vino te hace sentir un ser superior a todos, bueno para tirar chingazos, es-tu-pendo y depende de ti agarrar la onda.