Desde hace años se gesta un proceso de transformación en el futbol mexicano que viene desde el norte.
Los Rayados lo ratificaron la noche del jueves al derrotar al América, en la Final de la Liga de Campeones de la Concacaf.
Los defensores de la antigua geografía quisieran que la historia no cambiara, que fuera estática, pero es dinámica, evolutiva.
Quisieran que los llamados cuatro grandes se quedaran cruzados de brazos a contemplar su permanencia perpetúa en la élite. Pero no es así.
Los Rayados lograron su quinto título del área y su quinto Mundial de Clubes, en poco más de una década.
No hace mucho, apenas a principios de año, el otro equipo de la Sultana del Norte, los Tigres, se convirtió en el primer equipo mexicano en llegar a la Final de Mundial de Clubes.
Son distintas señales que nos indican que ese proceso de cambio parece inevitable.
Los equipos del norte, si incluimos al Santos Laguna, acaparan desde el 2009 la mayoría de las Finales de los distintos torneos.
Las grandes figuras, extranjeras y mexicanas (jugadores y entrenadores) prefieren venir a los equipos regios. Lento, pero paso a paso, casi imperceptible, el número de aficionados de los equipo regios empieza a crecer fuera de Nuevo León.
En el Continente, Tigres y Rayados, junto al América, empiezan a ser los equipos referentes de México.
Y el jueves, el América llegaba como líder de la Liga MX, y el Monterrey como víctima con una racha de cuatro derrotas consecutivas. Pero, al estilo de los equipos grandes, se impuso el equipo que mostró jerarquía y personalidad, sin importar cómo llegaban a la Final.
Hace tiempo que los llamado cuatros grandes, a excepción del América, ganan de vez en cuando, mientras los del norte no dejan de ganar.
Hay quien se resiste a reconocerlo, pero no porque no lo vean, sino porque quisieran que la historia se quedara siempre igual, y porque quisieran que los de la llamada provincia nos quedáramos eternamente viendo hacia arriba a todo lo que viene desde el Centro.
Defienden que los equipos del norte no cuentan con la tradición ni la afición que poseen los cuatro grandes.
Pero se olvidan que esa tradición se forjó no sólo por los resultados deportivos, sino por las condiciones de un México que ahora ya no existe, y en que ese momento giraba en torno al centro, política y económicamente, y los aficionados de muchas ciudades sólo recibían información de esos equipos a través de la televisión y de los periódicos llamados nacionales.
Para las futuras generaciones hablar de los llamados cuatro grandes en el futbol, será como platicarles de los tiempos en que habían en las esquinas maquinitas con una bocina, a través de las cuales podrías hablar echándole una moneda de 20 centavos. Algo remoto, difícil de creer. Ni siquiera se molestarán en perder el tiempo debatiendo sobre el tema.
Quién lo iba a pensar, el drama de los 90 (el descenso de Tigres y la debacle de la era Lankenau) que amenazó con extinguir al futbol regio, se convirtió en el gran motor para su ataque a la cima.
La revolución en el futbol mexicano desde el norte, al estilo de los grandes capitanes de empresa regios de la década de los 70, y que algún día soñó Alberto Santos, está más avanzada que nunca, fortalecida por la democracia que brinda la globalización de las comunicaciones.