Los que tuvimos oportunidad de jugar alguna vez el glorioso futbol llanero, podemos dar cuenta de prodigiosos compañeros que destacaban por encima de toda la liga. A mí me tocó jugar en la Ciudad de los Niños, en el centro de Guadalupe, Nuevo León. Nunca fui particularmente bueno, aunque era entusiasta y disfruté mucho esa etapa correteando la pelota. Alguna vez jugué, en categoría infantil, contra un muchacho llamado Javier Lozano. Era dos años menor que yo y su papá era el entrenador del equipo que se llamaba Arivach (al revés de Chavira, segundo apellido del chaval). Mi entrenador me pidió marcarlo personalmente, porque nos estaba haciendo trizas. A mí también me bailó. Recuerdo perfectamente cómo me hizo una finta, escondió la pelota, se la acomodó a la derecha y disparó desde fuera del área. Yo me barrí y me quedé tirado, viendo como el tiro techaba al arquero, para convertirse en una vistosa diana. Aquella mañana nos ganaron y recuerdo ese episodio como el de una de mis derrotas más gloriosas.
Una década después, allá por 1992, ese mismo chaval debutó en Tigres y fue conocido en todo México como El Pastor Lozano. El técnico que le dio la oportunidad fue Francisco Avilán, ya fallecido. El chaval brilló con el club felino, así como en Necaxa y Morelia, y el balompié nacional lo tiene en grata memoria, porque destacó como fino mediocampista creativo.
Pero recuerdo que en aquel mismo escenario del llano había otro futbolista que era particularmente talentoso. David, lo llamábamos y es el mejor futbolista amateur que vi en mi vida. Me tocó presenciar juegos en ligas semiprofesionales, y había muchachos de gran porte y fina presencia, que movían el esférico con elegancia. Pero nadie como David, que era un milagro para conducir el balón en la media cancha. De complexión robusta y achaparrado, se amigaba con la de gajos, pegándosela a la derecha y eludiendo rivales, uno tras otro, antes de dar el pase certero. El chiste era entregársela. Él, colocado en el centro de la cancha, sabía exactamente a donde remitirla, para acercarse a puerta y generar peligro. Pero antes de hacerlo, limpiaba el perímetro. Con un par de fintas, se sacaba de encima a los tres rivales que lo acosaban y se quedaba solo en un precioso espacio de dos metros a la redonda, suficientes, para determinar el siguiente movimiento que era, por lo general, una precisa recta pegada al piso, o una comba perfecta, si daba el trazo largo. Tuve el honor llanero de jugar a su lado. Y aún ahora recuerdo que, viéndolo desde la lateral derecha, donde me colocaban, parpadeaba con incredulidad, al verlo recuperar un balón que parecía perdido, o dejando tirados a los contrarios, antes de ensayar el buen disparo de media distancia. Además, nunca se cansaba. Me parecía imposible que en el transcurso de un sábado jugara tres partidos manteniendo el nivel.
David buscó ser jugador profesional, a finales de los 80. Se probó en segunda división. Hizo diligentemente la tarea. Destacaba en los equipos y era titular. En ese tiempo el circuito de ascenso era durísimo y las condiciones laborales eran de explotación. Y aunque brillaba, no lo jalaba ningún equipo de primera división, pese a que tenía capacidad sobrada.
Años después lo encontré. Ya era un próspero empresario. Cansado de buscar una oportunidad en el balompié de paga, se había dedicado al comercio y la vida le había compensado en esa faceta, lo que no le dio como futbolista. “Me faltó padrino”, me dijo con tristeza, al dictaminar la causa de su mala estrella. Él, que anduvo recorriendo la legua con la mano levantada para llamar la atención, me comentó que en el futbol de aquellos años era prácticamente imposible ascender al profesionalismo, si no era con la ayuda de un entrenador o directivo que diera su respaldo. Le faltó ese toque de buena suerte que sí tuvo El Pastor, formado, también, en territorio guadalupense.
Ahora, por la hiperconectividad es más fácil detectar a un nuevo prospecto. Hay formas de constatar, con videograbaciones, el desempeño sobresaliente de un jugador aunque el escenario de sus habilidades sea el predio baldío de alguna ranchería. En aquel tiempo que le tocó a David era necesario el testimonio en vivo, y la exhibición de capacidades en segunda división era escasa, pese a que ya existía el trabajo del scout.
No dejo de pensar en cuántos buenos futbolistas hemos podido tener, y se han perdido, debido a que carecieron de ese necesario padrino que impulsara sus carreras.