Estaba yo ejercitándome en los jardines de un campo de beisbol de una unidad deportiva municipal, cuando también llegó, aunque no a hacer lo mismo, una persona con dos perros. Los soltó de las correas y pa’pronto los canes se dieron gusto corriendo a sus anchas, hasta que uno fue hacia a mi y empezó a importunarme con ladridos y amagues. La persona tuvo que acercarse para calmar a su ofensiva mascota. Me decía que no mordía, algo que es imposible. Sensamente volvió a amarrar sus canes y se alejó, no sin que sus “nobles” tusos dejaran sobre el pasto sus tibias y malolientes heces.
Seguido acudo a instalaciones deportivas y parques municipales para trotar un poco. Deveras, qué difícil tener que hacerlo en superficies matizadas de excremento, sobre todo de perro, y casi en todo lugar que esté en exteriores. Tantito que uno deje de ver el suelo y corre riesgo de pisar la desagradable evacuación animal. Hasta pereciera que uno se desplaza sobre un campo minado: una caca por aquí, otra por allá, una más allá.
En uno de los parques existen anuncios que recuerdan a los paseantes de perros que a estos se les debe llevar amarrados y que tienen la obligación de recoger su excremento. He visto personas que sí mantienen amarrados a sus canes todo el tiempo, otros no. Se escudan en que sus chuchos son mansos, que están educados o vacunados, lo que no les quita su naturaleza animal.
He visto a personas que recogen el excremento de sus perros, pero cómo explicar tanta deposición animal sobre las vías de ejercitación, pistas atléticas, campos, vitapistas, jardines, banquetas.
Todos hemos conocido historias de ataques de perros a personas y de perros entre sí, con las consabidas discusiones o agresiones entre propietarios, que hasta a tribunales han ido a parar.
¿Por qué los paseantes de perros los llevan a las unidades deportivas o a los parques públicos? ¿Acaso pasear al animal es deporte o motivo de convivencia entre todas las personas?
Las normativas perrunas, incluyendo leyes que tienen que ver con la protección de los animales, no obligan del todo a los dueños a responder por daños que causen sus mascotas. Algunos códigos civiles contemplan algo, pero no lo suficiente como para asegurar que un deportista que se ejercite en una unidad o parque público quede exento de los inconvenientes de tener que lidiar con perros.
La misma sociedad que ha hecho mucho por la protección de los animales debe entender que la razón y el bien común deben imperar. La autoridad, en procuración de la sana convivencia ciudadana, debiera estar actuando en este sentido, antes de que sus unidades deportivas y parques públicos se conviertan en perreras municipales o en “unidades deportivas caninas”.
El autor es periodista deportivo desde 1988. Ha cubierto mundiales de atletismo, ciclismo, el Tour de Francia y cuatro Juegos Olímpicos. Es organizador deportivo, maestro en comunicación y doctorando en filosofía por la UANL, donde ejerce docencia e investigación.