La prohibición de las corridas de toros en nuestro país no es nada nuevo, la historia señala varios episodios en los que por cuestiones personales, políticas, de presión social y hasta de moralidad, se han cancelado o prohibido los espectáculos taurinos en la capital de la república o en otras entidades del país.
Dos presidentes de la república en los siglos XIX y XX han sido protagonistas de estas prohibiciones. El primero Benito Juárez, quien en el mes de noviembre de 1867 publicó un decreto en el que suspendía cualquier actividad taurina en la Ciudad de México fundamentando su decisión en una ley que señalaba cuáles deberían ser las diversiones y espectáculos públicos de acuerdo a la época.
Esa medida, que fue antipopular por ser las corridas de toros el espectáculo con más arraigo en la sociedad mexicana, causó extrañeza toda vez que el producto económico de los festejos taurinos se aplicaba en las obras públicas de la ciudad, aún más cuándo el país estaba quebrado y las arcas de la nación en total debacle.
En esa época quienes clamaban por la desaparición de las corridas de toros lo hacían por razones de moralidad elegir entre el bien y el mal, el peligro de la excomunión, la necesidad del orden y todas esas consideraciones, no necesariamente la defensa de los animales como nos lo hacen creer hoy en día.
Juárez, en el afán de ser reconocido en el exterior como un gobernante interesado por la moralidad, tomó ese tipo de decisiones a tono del liberalismo de la época.
Vale la pena señalar que las corridas de toros en ese entonces despertaban el interés general de la gente y “desbordaba” las pasiones de los aficionados tal y como hoy lo vemos en otros espectáculos de carácter deportivo.
Otro presidente que suprimió las corridas de toros fue Venustiano Carranza, quien quizá por cuestiones de carácter personal y por una admiración que tenía por Juárez tomó esa decisión en octubre de 1916, haciendo eco a una campaña orquestada en un inicio por el periódico El Universal al poco tiempo de entrar en circulación en la capital mexicana.
Las razón que el gobierno de Carranza usó para justificar la medida fue la de reformar a la civilización mexicana, no obstante la fiesta brava era como antes, el espectáculo popular más seguido y reconocido no solo en México, pues en España un torero como Rodolfo Gaona alternaba con lo más granado de la tauromaquia mundial.
Los “toros” eran una verdadera fiesta popular que representaba grandes recursos económicos para el desarrollo del país desde que Porfirio Díaz reactivó en México los festejos taurinos.
Un dato interesante es que la última corrida de toros antes de la prohibición en 1916 fue organizada para pagar la deuda nacional, imaginemos el beneficio económico que esos festejos representaban.
En ese entonces El Universal continuaba con su campaña que denostaba a quienes ejercían la profesión taurina, tan es así que a las mujeres toreras las llamaban “marimachos”.
En la prohibición carrancista se volvía a justificar como una medida antiviolenta entre los aficionados, como según decían había ocurrido en el porfiriato.
Esa prohibición duró poco tiempo, pues fue derogada en 1919. En fin, como lo señalan algunos historiadores, la fiesta brava ha estado siempre sujeta a los vaivenes de la política, a los gustos personales de los gobernantes, a la presión de grupos de poder, a muy variados y complejos intereses etc., lo peor del caso es que con estas actitudes, hacer a un lado a una fiesta popular de cientos de años que ha sido una legítima expresión cultural y que ha significado también una actividad de la que viven cientos de familias, en la época de la igualdad y la inclusión, un grupo de políticos quieren desaparecer a la fiesta brava mexicana.
Abogado litigante y Comunicador, ex Gerente de Núcleo Radio Monterrey, ex Gerente de Radio Fórmula Mty, ex Director de Comunicación Social del Mpio de Monterrey, ex Director de Comunicación de la Sria de Educación. Ex Coordinador y Conductor de Noticieros de Canal 28 y AW Noticias y del Programa Taurino “Toros y Olé” de Radio NL.