Los teóricos de la psicología positiva se refieren al misterioso estado flow (fluir), como un momento de éxtasis creativo en el que entra la persona. Es un lapso emocional de concentración, creatividad y talento al desarrollar una determinada tarea. Todos hemos estado en ese trance, que algunos artistas llaman “la zona”. Cuando el estudiante hace sus deberes con entusiasmo en casa o el carpintero arma un librero o el albañil coloca ladrillos con precisión, está en ese modo que le reditúa una gran satisfacción.
Según el creador del concepto, Mihály Csíkszentmihályi, cuando está en flow, el individuo se encuentra completamente inmerso en la tarea que realiza y su energía se enfoca totalmente hacia el objetivo, como en un estado muy parecido a la felicidad creativa. Si saberlo, le entrega confianza al subconsciente, para que se desdoble la memoria muscular y el movimiento, mientras la mente trabaja de manera constructiva.
En el futbol a esos momentos los llamamos estado de gracia. Los jugadores que muestran evidencias de talento superior y alcanzan las alturas de los genios, entraron en la zona.
Diego Maradona vivió en estado flow durante todo el mundial de México 86. En aquel gol mágico contra Inglaterra -no el de la mano de Dios, si no el otro-, El Pelusa dejó de ser materia y se transformó en energía. La masa humana que se desplazaba conduciendo el balón, para sacarse de encima a los rivales británicos, se había diluido para integrarse al flujo del universo. Era un ser de luz, cósmico, como si levitara arrullado por las moléculas infinitas que pisaba en el césped sagrado del Estadio Azteca. En esos instantes eternos estaba rodeado por un aura energética que, de haber sido el juego de noche, pudo haber iluminado el coso entero. Miguel Ángel Buonarroti tardó un año en esculpir La Piedad. Maradona plasmó su obra maestra de 52 metros en 10 segundos y 12 toques de balón.
Lo mismo le pasó a Marco Van Basten en el gol contra la URSS, en la final de la Euro 88. El holandés calculó perfectamente el centro pasado de Muhren, que cayó como un globo, y de derecha la prendió de bolea, sin ángulo, para techar a Dazáyev y marcar uno de los goles más bellos en la historia del balompié. En esos tres segundos que la esférica se encuentra en el aire, Marco entró en la zona. Sumergiéndose en el río mismo de la existencia humana ordenó a su espíritu que se adaptara a la concentración zen instantánea, para vivir, con la máxima intensidad de su ser, ese presente relampagueante. El flow hizo que toda la sabiduría que había espigado a lo largo de entrenamientos desde niño, y ya como profesional, se le condensara en el empeine para hacer que se conectara con dulzura en la pelota, y la cruzara con una hipérbola perfecta.
Ese estado de gracia, desafortunadamente, es extraño en el futbol. Los sistemas que convierten las canchas en zona de guerra, con dobles trincheras y barricadas en la entrada del área, hacen complicado el surgimiento de las genialidades. Hay que resaltar que, en un juego hecho para la creatividad, se ven escazas jugadas prodigiosas. Muy de vez en cuando, si acaso cada temporada, por ejemplo en México, se puede admirar un gol sobresaliente, una impactante jugada, porque, lamentablemente, hay muy poco espacio para la filigrana. No me refiero, por supuesto, al futbol afrentoso de show. Estoy de acuerdo con Lostanau, cuando decía que había que diferenciar a los jugadores que practicaban futbol, que los que hacían futbolito.
Tantos hay que haciendo un sobrerito, o un túnel, pueden provocar alguna exclamación en la tribuna, aunque luego se ven secos y desagraciados, porque el talento no les da más que para hacer esas suertes que aprendieron en la cascarita callejera.
Observo que es difícil que un jugador pueda conectarse con su estado flow, debido a que el entrenador le da órdenes marciales que debe cumplir haciendo sonar los talones, ciñéndose al dictado, tiranizado por el sistema. Pero esto es en todo el mundo, Alemania, que siempre gana todo, tiene muy pocas luces. Pero triunfa. Brasil, por ahí cada generación saca un Ronaldo o Ronaldinho, que estaban llenos de gracia. Neymar, veo, no alcanzará nunca ese nivel.
Cómo me gustaría que se hiciera más en la cancha de lo que proponía Valdano, que se decía partidario de un mínimo de orden y un máximo de inspiración.
Seríamos testigos de más jugadores en estado flow y de más momentos inolvidables.