La reunión fue temprano en esa mañana fresca de 1997. La oficina de gobierno en Ciudad Juárez estaba repleta de personas; funcionarios estatales y municipales por un lado de la mesa, y del otro la dirigencia del Club de Futbol Pachuca.
El motivo de la junta, a la que yo asistí por el cargo que entonces ocupaba dentro de la Secretaría de Fomento Social del Gobierno del Estado de Chihuahua, era conocer la propuesta del club hidalguense de llevar el futbol profesional a la frontera. De lo poco que recuerdo de esa reunión fue la insistencia del Pachuca de tomar el control absoluto de la administración del Estadio Benito Juárez, propiedad de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. El argumento de los empresarios deportivos era que las instalaciones eran indispensables en la negociación y la oferta era “menciones frecuentes” en los partidos sobre el apoyo recibido por la administración estatal, en ese tiempo dirigida por el panista Francisco Barrio Terrazas.
Aunque vagamente recuerdo algunos comentarios de los asistentes si me quedé con el escepticismo de la parte gubernamental, especialmente sobre la insistencia de los empresarios por recibir en extenso comodato el control total del estadio, limitando así a la universidad la posibilidad de continuar desarrollando sus programas deportivos, en especial el de atletismo, reconocido desde entonces uno de los mejores del país y por donde pasaron estrellas como Ana Gabriela Guevara y Zudikey Rodríguez. Tras unas semanas de consulta y evaluación, el gobierno decidió no aceptar la propuesta del Pachuca, que luego si se concretó ya en otra administración estatal y sin conocerse los detalles sobre el uso del estadio Benito Juárez.
Desde aquellos ayeres, la ambición -buena o mala no lo se- del grupo Pachuca por posicionarse en el futbol profesional mexicano era grande, y de alguna manera fue abriendo camino para darle paso a nuevos protagonistas como los grupos Orlegi, Caliente y otros nuevos “señores feudales” del futbol mexicano que en una lucha velada y tras bambalinas, muy al estilo del Maquiavelo, se disputan el poder del deporte profesional mas popular y mas caro en el país.
La historia del futbol profesional esta llena de capítulos negros, protagonizados por directivos, empresarios y hasta funcionarios de gobierno metidos de fondo en la tenebra deportiva que incluye demandas, detenciones, arraigos, fraudes, y muy posible lavado de dinero, entre otras conductas deshonestas, ilegales y amorales. Así, de bote pronto, se recuerdan los casos de Carlos Ahumada, Fidel Kuri y Emilio Maurer.
Como ocurría en las épocas del feudalismo europeo, cada uno de estos terratenientes -o equipotenientes que incluso llegaron a practicar la “esclavitud” de jugadores con el draft y el “pacto de caballeros”- son pequeños en sus regiones a punta de billetazos que alegremente se reparten aquí y allá para comprar voluntades, decisiones y hasta bufones con careta de comunicadores. Gracias a los multiconvenientes vacíos legales en las reglas del futbol profesional y la abundante tenebra política, estos señores han expandido sus feudos con multipropiedades bizarras y extensos entramados poco éticos que incluyen directivos, árbitros y promotores. Cuando les conviene, los señores feudales se organizan y designan como virrey -que aunque quiera jamás será un rey- a personajes de frecuente pasado tormentoso y tenebroso que hacen como que mandan y los señores hacen como que obedecen.
La presencia de nuevos y viejos señores feudales en el futbol profesional mexicano es una de las razones por las que este deporte sigue limitado en lo internacional, generoso en lo económico y muy atractivo en lo político. Como modelo de negocio, el futbol profesional es exitoso, aunque como siga sucediendo cada seis meses, la mano negra de alguno de los señores feudales mande un texto, haga una llamada y mueva sus hilos para que eventos “desafortunados” pasen en momentos “oportunos” en favor de su equipo.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y maestrías en las Universidades de Toronto y York. Acumula 30 años de experiencia en periodismo, ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá y es coautor de dos libros.