Texas.-
John Henry Ramírez fue sentenciado a la pena capital, pero en su última voluntad ha hecho un pedido muy especial: fallecer ante la presencia de su sacerdote.
Irónicamente las figuras navideñas adornan la que es conocida como la cárcel de la muerte en Texas, el centro penitenciario Adam B. Plunsky de Livingston.
Al interior 191 internos se encuentran en la lista para ser ejecutados con la inyección letal y casi tres mil están recluidos por otra clase de delitos, muchos de los cuales pelean en la corte la reducción o absolución de sus condenas.
Pero si alguien ha expresado no temer a enfrentar su castigo es Ramírez, quien ya había sido programado para ser sacrificado; sin embargo, su proceso final se pospuso por una decisión del Supremo Tribunal de los Estados Unidos.
Quisieron revisar la última voluntad de este reo, de morir tomado de la mano del pastor religioso que lo ha ministrado durante los últimos años, por lo que aún no establecen una nueva fecha de ejecución.
EL CRIMEN
Un lunes 19 de julio de 2004 Ramírez, tuvo la idea de juntarse con malas compañías y luego de intoxicarse con drogas.
Según su propia versión, miró forcejear a una amiga con un hombre en el estacionamiento de un supermercado. Se trataba de Pablo Castro, de 46 años, empleado de la tienda Times Market, a quienes habría intentado separar, recibiendo golpes, lo cual provocó el sangriento desenlace, pero otra línea de investigación estableció que Ramírez lo atacó para robarle finalmente 1 dólar con 25 centavos.
Las cosas se salieron de control, pues inesperadamente su víctima opuso resistencia, incluso, se habló que intentó luchar con el mismo cuchillo que el sentenciado llevaba.
Finalmente Ramírez lo sometió y, extasiado por las dosis de estupefacientes que le corrían por la sangre, lo apuñaló en repetidas ocasiones. Se fue a dormir a la casa de un conocido, sin imaginar, según él que lo había matado hasta que amaneció con su rostro en todas las noticias (pero la autopsia de Castro reveló otra información, con la trayectoria de 29 heridas punzocortantes).
El homicida escapó al extranjero y vivió fugitivo en el estado mexicano de Puebla, donde conoció una mujer y se casó. Al estar embarazada Ramírez quiso que su hijo fuera ciudadano americano y se cruzaron ilegalmente a Brownsville, pensando que no sería delatado. Finalmente el Buró Federal de Investigaciones (FBI), que ya le seguía la pista, lo capturó y fue encarcelado por la justicia en Texas.
Desde entonces todas sus apelaciones fueron inútiles, menos al parecer una: tomar con la misma mano que antes mal obró, al pastor Dana Moore, de la Segunda iglesia Bautista de Corpus Christi, al que le agradece haberle ayudado a aplacar sus iras y convertirse al cristianismo.
Esta petición ha desatado toda una polémica penitenciaria por lo inusual de su naturaleza, que un tercero en mención presencie en sus últimos momentos de existencia mientras existe un contacto físico.
Aunque Ramírez, quien durante 14 años ha tenido que estar encerrado en una celda de 5.5 metros cuadrados, ha declarado que no lo hace por miedo, sino como un alivio a su dolor, mencionó que esto significa para él un encuentro con su destino y aferrarse al perdón espiritual que le ofrece la Biblia, mas no al terrenal.
Por su lado el ministro religioso declaró a medios nacionales que la imposición de manos es un pilar de la fe cristiana y que generalmente es relacionado con la oración, la esperanza y el consuelo, pero el sistema de Justicia Penal de Texas alega que eso podría significar un riesgo en la seguridad del proceso y la última palabra la tendrá el Supremo Tribunal de la Nación.
Mientras los familiares de Castro, establecidos ahora en la ciudad de Austin, solamente piden cumplir la sentencia, sin importarles si Ramírez tendrá o no compañía cuando finalmente decidan aplicarle la inyección letal, aunque reconocen que, incluso, la muerte de este imputado no les ayudará a cerrar sus heridas.